Flujos, choques y relieves en Estrategias del deseo de Cristina Peri
Rossi
Mística wife. Santiago Iturralde |
El erotismo
ha sido un lugar recurrente en la escritura de la escritora uruguaya Cristina
Peri Rossi (n. Montevideo, 1941,http://www.cristinaperirossi.es/).
En diversas colecciones de cuentos y en su obra poética, así como en
ensayos y varias de sus novelas, esta autora ha explorado la multiplicidad de
sus formas y sus gestos; la variedad de emociones y sensaciones que provoca;
los rumbos inciertos por los que la pasión, el deseo y el amor conducen a
quienes se entregan a ellos. En
los textos de Peri Rossi el erotismo es experiencia vivida que se elabora desde
dentro; más que una temática, constituye una perspectiva, un lugar singular
desde el cual se percibe el mundo.
Cada personaje de sus relatos o sus poemas: un fetichista, un obseso, un
abandonado, mujeres y hombres comunes que aman a otros hombres y/o mujeres, se
dejan ser en la intensidad de su deseo, lo viven como impacto que desordena,
que impulsa a transgredir las restricciones en las maneras de sentir, de hacer
y de ser que han sido impuestas desde fuera.
En el
poemario Estrategias del deseo (2004),
Peri Rossi aborda el deseo desde la perspectiva de una mujer madura, quien, al
terminar su relación con una mujer veinte años más joven que ella, decide reconstruir
su experiencia amorosa en la escritura.
Los poemas evocan hechos cotidianos de la relación entre las dos mujeres
– encuentros, momentos de seducción o de separación – y sucesos que, a pesar de
no guardar relación directa con la relación, terminan siendo asociados con ella
a través de las reflexiones de la amante que cuenta la historia. Situaciones triviales como la picadura
de una garrapata o el envío de una tarjeta de cumpleaños, y hechos de importancia
mundial como los atentados terroristas de 2001 en Estados Unidos y en España,
funcionan igualmente como núcleos de la memoria; todos forman parte del mundo
percibido por la mujer envuelta en la pasión, todos son vistos desde su lente,
resignificados por las emociones surgidas de la experiencia íntima. Pero no todos los poemas se refieren a
hechos concretos, algunos son evocaciones poéticas del cuerpo de la mujer
deseada y de los estados emocionales por los cuales transita la amante – el
miedo, la felicidad, el placer, el dolor – a partir de imaginarios variados,
con repertorios léxicos y tonos expresivos diversos. En este poemario el deseo tiene múltiples facetas, es una
experiencia conformada por fragmentos, por momentos intensos que causan
constantes transformaciones en la subjetividad de quien los vive.
A pesar de
su carácter fragmentario, la organización de los poemas permiten identificar
una trayectoria en la relación amorosa.
Las alusiones concretas al estado de las cosas –en poemas como “Amores a
distancia”, “Derrota” o “Despedida de la musa”– , así como las señales del paso
del tiempo– cumpleaños, conmemoraciones, días o años de espera– van conformando
la narrativa del deseo, esbozando su avance, desde su nacimiento en un evento
fortuito, pasando por la plenitud de la unión, la ruptura, el dolor y la
transformación de ese sentimiento hasta desembocar en el olvido. En este sentido, Estrategias del deseo se distancia del delirio y los amores
enfermizos que han caracterizado otros textos eróticos de Peri Rossi –Solitario de amor (1988), Babel bárbara (1991), El amor es una droga dura (1999)– en los
cuales el deseo atrapa a quienes lo viven en una espiral repetitiva, sin
salida. Aquí, en contraste, el deseo se presenta como parte de un
proceso, de un flujo de dinámica inevitable que surge, se vive intensamente y
termina. La escritura de la experiencia a manera de memoria, la cual implica un
esfuerzo por reconstruir un todo a partir de fragmentos y reorganizarlo a pesar
de su desorden inherente, afianza la incapacidad de combatir la dinámica del
deseo y al mismo tiempo constituye una estrategia de duelo, una manera de
llevar el ciclo a su final, para abrir espacio a una nueva experiencia.
De acuerdo
con Gilles Deleuze y Félix Guattari, autores que analizan a profundidad el
deseo y su relación con los procesos, todo en la vida humana es un proceso,
todas las acciones y las pasiones, los placeres sensuales, las ansiedades y el
dolor. Ya sea que se consuman o se
provoquen en otros, todas estas circunstancias pueden ser entendidas como
procesos de producción, cuyos productos no incluyen solo lo previsto o lo
rentable –de manera opuesta a una lógica funcionalista de la producción– sino
todo lo que se genera, tanto lo que reproduce el proceso, como las rupturas,
las combinaciones y los residuos (Anti-Oedipus:
Capitalism and Schizophrenia 4-5).
El deseo es inseparable de estos procesos, y
también produce, pero tiene un modo de funcionamiento singular: “Desire
constantly couples continuous flows and partial objects that are by nature
fragmentary and fragmented. Desire causes the current to flow,
itself flows in turn, and breaks the flow”. El deseo no es el flujo en sí mismo,
pero tiene la capacidad de generarlo y de producir choques que lo
transforman. En Estrategias del deseo, el deseo se
configura como ese elemento central que genera y modifica el flujo, al combinar
lo continuo y lo discontinuo. Por
un lado, es la energía que dispara la experiencia de la pasión que el yo
poético desea reconstruir como un todo en la escritura, y por otro, es lo que provoca
y da forma singular a cada uno de los instantes que constituyen los poemas, los
cuales se concentran en vistas cerradas de la realidad, en objetos parciales –
instantes, partes del cuerpo, emociones específicas. Siguiendo esta configuración, el poemario se construye a
partir de los choques entre los dos ámbitos donde interviene el deseo: flujo y
accidente/ poesía y narración.
Tal dinámica se
advierte desde el primer poema del libro: “Vivir para contarlo”:
Te he cedido por
una vez
el papel y el lápiz
la voz que narra
la crónica que fija
contra la muerte
la nostalgia de lo
vivido[…]
quiero mirarme
vivir
te cedo
gustosamente la responsabilidad
como un escriba
ocupa mi lugar (9)
El acto de manifestar las intenciones de la
escritura y de ceder la palabra a la otra mujer puede verse como parte del
proceso de duelo; una forma de hacer consciente lo ocurrido y de tomar
distancia de ello para poder otorgarle un nuevo significado. Pero al mismo tiempo se está obligando
a la voz poética a convertirse en “la voz que narra”, a hacerse cronista,
escriba que relate con fidelidad lo vivido, sin salirse del horizonte
fragmentario de lo poético. Con
este gesto que anuncia una posición dual entre lo narrativo y lo poético, se
llama la atención sobre las conexiones y también las rupturas que se van a
producir entre uno y otro poema, enfatizando así la imposibilidad de la mujer
que construye la historia para crear una narrativa coherente y total.
A partir de ese momento y a lo largo del
poemario, el yo poético manifiesta su conciencia sobre la forma en que actúa el
deseo en la experiencia erótica y su entrega a esa dinámica inevitable. Desde el presente de la separación, la
mujer madura que ha vivido numerosas veces los ciclos de la pasión, solo puede
ver con nostalgia lo que vivió, pues reconoce su impotencia para dar marcha
atrás al proceso. Su voz se
conforma en ese lugar de conocimiento y se afianza en el contraste con las
palabras o pensamientos de la amante más joven, quien, debido a su
inexperiencia, aún piensa que los giros producidos por el deseo están bajo su
control. En el poema “Los hijos
del azar”, donde las amantes juegan a imaginar que el deseo entre ellas nació
de otra manera, se hace evidente este contraste:
“si no hubieras
tomado ese avión”
“si no hubieras
leído”
“si no me hubieras
mirado”
“si no te hubiera
mirado” (15)
La amante
más joven responde que la habría encontrado de todos modos: “siempre encuentro
lo que busco”, pero la otra sabe que no hay ninguna certeza, ningún control:
“Ah, las certezas de la juventud: / tenías veinte años menos que yo/ y no
habías perdido ninguna guerra”.
Así, la mujer más experimentada deja claro que el saber del deseante no
está en la certeza sino en la aceptación de la incertidumbre, y que surge
necesariamente de la experiencia de la pasión, la cual implica una cierta
pasividad.
Otros
poemas como “In memoriam”, “La índole del placer” y “El deseo”, reiteran el
carácter inasible del deseo y lo elaboran como algo escaso que es necesario ir
a buscar, para vivirlo cuando produzca sus choques. Cada uno de ellos está ubicado en una etapa diferente de la
experiencia narrada y todos están dirigidos a la amante más joven. Al repetir lo que conoce una y otra
vez, y proyectarlo en su amante inexperta y ahora ausente tras la separación,
el yo poético manifiesta su necesidad de no olvidar esa realidad, de mantenerse
consciente de que el final era inevitable, lo cual contribuye a la elaboración
del duelo. En “El deseo” (66),
conformado por seis breves poemas, el yo poético define el deseo de diferentes
formas, acentuando su carácter temporal:
II
El deseo es un fantasma fugitivo
cuando lo atrapamos desaparece
libre,
nos conduce más allá […]
IV
El deseo es un rostro que esconde muchos
rostros.
Si descubrimos el último
todavía nos queda el próximo
Aquí, la
figura de la amante se desplaza a un segundo plano y se reflexiona sobre el
deseo más allá del ciclo particular de la relación que ha terminado,
elaborándose como una energía que conduce a un estado activo de carácter impersonal,
siendo su objeto “the entire surroundings that it trasverses, the vibrations
and flows of every sort to which it is joined, […] always nomadic and migrant desire” (Deleuze y Guattari 292).
Aunque la figura de la amante guíe tanto la
vivencia como la escritura, en varios momentos tal figura se atenúa, y queda
demostrado que lo vital de la experiencia son las sensaciones y emociones, las
vistas de la realidad que se concretan bajo el influjo del deseo. Varios de los instantes evocados
ocurren en ausencia de la amante, y se llevan a cabo en lugares de paso como
bares, discotecas y hoteles, los cuales aluden a la permanente transformación y
a la imposibilidad de fijar el deseo en un objeto fijo. En estos poemas, la exaltación
sensorial se vuelca sobre los flujos que tienen lugar en esos espacios, sobre
los cuerpos de las personas que se unen y se separan, sobre la música, las
luces o las sábanas – todo lo cambiante –, lo cual sugiere que lo vital de la
experiencia son las sensaciones y emociones, las vistas de la realidad que el
deseo motiva y no su fijación en un objeto cerrado. “Noche en D Mer” (45-47) es un ejemplo claro de este
desplazamiento:
Noche húmeda
noche vaginal
los neones tiemblan
como alas
sulfúreas de
mariposas nocturnas
van a estrellarse
en los espejos […]
Pido una cerveza
¿me darán un
ansiolítico?
miro a las
muchachas
a los muchachos
la noche húmeda y
sensual
bailan abrazados
bíceps plenos
opíparos rotundos
como boxeadores
desnudos
el ruido de la
música
oculta las voces
(46)
En este poema, la energía del deseo se expande
desde el cuerpo de la mujer hacia todo el mundo percibido. La noche se abre al erotismo: noche
húmeda noche vaginal, y los choques del deseo se dan entre objetos y cuerpos
que brillan y titilan. Las
sensaciones de la observación de los cuerpos de otros, siempre separados en
fragmentos, de la superposición de la música y las voces. El lenguaje racional y tranquilo que
encontramos en otros momentos del poemario, el cual es coherente con la madurez
del yo poético y su actitud de aceptación frente a la realidad, se encuentra
ahora en fuerte tensión entre la narración de los hechos y las
sensaciones. En ciertos momentos
escapa de su curso funcional, explota, abandonando la narración de lo visto y
se deja ir en juegos fonéticos: lamer/el mar/amar/el mal, lo cual nos permite
percibir la exaltación del yo poético y la intensidad que experimenta, más allá
de la imagen de la amante. Sin
embargo, en el último momento del poema hay un sutil retorno a su figura: mi
cielo/ tu cielo/ tu velo / tu pelo, que demuestra cómo el deseo, a pesar de
transitar de manera errática por diversos objetos parciales, va creando
conexiones entre ellos; va guardando rastros y alimentando con ellos su propia
dinámica.
En “Adicciones”, por su parte, se sugiere que
lo importante es mantener en marcha la producción de sensaciones intensas,
aunque por momentos haya que desviarse de la imagen de la persona amada, y
buscarla por ejemplo en el juego, donde la incertidumbre, el riesgo y la
imposibilidad de retener lo ganado o lo perdido, pueden proveer la excitación
que el amor ya no produce.
Aquí la amante se reconoce “adicta a la intensidad”, pero no
necesariamente a la producida por el placer, sino a toda la gama de
intensidades que genera el deseo –el dolor, la angustia, la exaltación, la
impotencia– las cuales, de acuerdo con Deleuze y Guattari, no se contrarrestan
unas a otras sino que son todas positivas por cuanto producen impresiones (19),
alteraciones diversas pero siempre notorias con respecto a la superficie plana
que sería la vida fuera de la pasión, conformando una suerte de topografía.
En ese conjunto desordenado de relieves, los
mayores impactos provienen de los momentos de ausencia y de la espera. No se trata de que la falta, la
insatisfacción del deseo lo mantengan vivo o lo alimenten, porque el deseo,
como lo sostienen Deleuze y Guattari, siempre es idéntico a su objeto; existe
en cuanto lo encuentra y a partir de entonces no hay nada incompleto (26). Se trata en cambio de que en su choque
con los momentos de ausencia, el deseo es capaz de producir sensaciones y
emociones intensas: temor, dolor, ansiedad, a partir de las cuales se
desencadenan imágenes que, en su avance por rumbos inesperados, intensifican
las mismas sensaciones o provocan unas nuevas. La ausencia entonces, no prolonga el deseo insatisfecho,
sino que asegura su producción y su reproducción, que es lo que el yo poético
busca en su experiencia. Así lo
demuestran los numerosos poemas en que la amante está ausente y la variedad de circunstancias en que
surgen las sensaciones; desde paseos nocturnos por la ciudad o llamadas
telefónicas, hasta momentos de encierro doméstico, como en el poema “Deseo
insatisfecho” (51-52), en el cual se logra disparar la intensidad con el consumo
exagerado de chocolate, del que se dice que produce sensaciones que sustituyen
a las del amor:
Cuando no hacemos
el amor
me encierro
encierro
encierro […]
como mucho
chocolate
bombones
decenas de bombones
bomba-bomba
bum-bum
bombones belgas
bombones ingleses
bombones suizos
bombones alemanes
(51)
El lenguaje repetitivo y poblado de juegos
fonéticos, así como la progresiva mutación de los bombones en formas que aluden
al cuerpo erotizado de la amante: bombón o clítoris / bombón o lóbulo, concretan la idea de una intensidad que
se alimenta hasta alcanzar los límites del delirio.
Otro de los sentimientos que propicia la
reproducción de intensidades y su avance desordenado es el miedo, el cual
aparece de manera recurrente en el poemario. En algunos casos surge por causas que podríamos pensar como
lógicas dentro de una historia amorosa –por ejemplo la distancia o la
diferencia de edades– pero otras veces proviene de eventos sin relación
aparente, como la picadura de una garrapata o el funcionamiento normal del
cuerpo de la amada.
Me preocupo por tu
cuerpo
tus leucocitos tus
linfocitos
el páncreas la
glándula pineal
y la velocidad de
electrosedimentación.
Temo que un agente
patógeno
–un virus, una
bacteria maligna–
lo deteriore lo
destruya (62)
dice el yo poético en “Paranoia”, inmerso en
una suerte de obsesión por las partes del cuerpo de la amada. Afectado por el miedo a su destrucción,
la erotización del cuerpo que se había dado en otros poemas muta hacia una
visión científica desde donde puede enumerar órganos y fluidos, poseerlos en el
lenguaje, intentar la reconstrucción de su orden y de la totalidad de la amada
a partir de sus fragmentos mínimos.
En esta operación, repetida en “Paranoia II” (63), el miedo se plantea
como estrategia del deseo al motivar su expansión hacia otros territorios de la
experiencia vivida, y al multiplicar los objetos parciales en que puede tomar
lugar la producción de la intensidad.
La presencia explícita de la amante, aunque
menos recurrente en el poemario, produce una serie de intensidades ligadas al
placer, pero también el miedo y al dolor.
“Un ciclo entero” es uno de los pocos poemas que aluden al placer de la
unión entre las amantes. Al
principio del poema las partes de sus cuerpos, “brazos y piernas / labios y nalgas”
(25) se funden, devorándose, sorbiéndose, entre el sudor y la sangre. El deseo une cuerpos y flujos en una
síntesis de gran intensidad.
Después se alude al paso del tiempo: “las cuatro estaciones” y se lleva
la pasión a diferentes escenarios: “hoteles, casas elegantes, cines”, en los
cuales se producen nuevas sensaciones, nuevas interacciones, todas ellas
placenteras, entre los cuerpos. El
gozo se expande en el tiempo y el espacio generando un cuerpo poético
irregular, pero con cierta coherencia. Al final del poema, el espejismo del placer se rompe, y la
vida, “encajada como un seno en el otro/como un sexo en otro sexo”, vuelve a
hacerse cruel y sanguínea. De esta
manera, el placer se revela efímero e imposible de aislar de otras sensaciones,
lo cual enfatiza la idea del deseo como productor de intensidades mixtas que
conviven entre ellas sin contrarrestarse y de las cuales sólo es posible
obtener totalidades provisorias y heterogéneas (Deleuze y Guattari 43).
Al ser producto de un choque entre el flujo de
la experiencia y los objetos parciales del deseo, las intensidades tienen
duraciones limitadas; surgen como relieves que alteran el flujo, pero no pueden
detenerlo. De esa conciencia
proviene el afán del yo poético por propiciar y vivir cada momento de
intensidad. Con veinte años más
que su amante, ella siente que son cada vez menos las oportunidades de que se
generen intensidades y se mantenga la dinámica de su producción; y no porque su
cuerpo vaya perdiendo sus atractivos, sino porque las experiencias vividas –
las pasiones, los conocimientos, los desengaños – han dejado huellas que
condicionan y hacen menos probable el despertar del deseo.
En “Exaltación libidinal” se evidencia el goce
del yo poético frente a arremetida imprevista del deseo. La ausencia de la amante desboca
al cuerpo en una búsqueda frenética por las calles vacías. Las imágenes que recrean la ciudad
involucran partes de ambos cuerpos perdiendo el control: “Yo me mordía la lengua / mi boca resoplaba de
saliva espesa / […] repiqueteaban timbales en mis oídos” (Peri Rossi 49), y
aluden a impresiones sobre superficies inanimadas, a impactos dolorosos y
explosiones, que al ocurrir de forma simultánea producen la idea de una
intensidad extrema. Experimentar
estas sensaciones ofrece al yo poético una nueva vitalidad; constituye una
suerte de retorno a la juventud, la cual aparece como una etapa donde la escasa
experiencia proporciona libertad y una actitud temeraria frente al mundo:
volví a amarte
con la furia
inmoderada
de los deseos
reprimidos
y otra vez fui
joven
otra vez fui
poderosa […]
capaz
de mover montañas con
el pensamiento
capaz
de desplazar los
rótulos luminosos de La Caixa sólo con el deseo (49-50)
Este fragmento evidencia que en el poder y en
la sensación de actividad, de vitalidad que produce el deseo, se encuentra la
razón del proceder del yo poético, el objetivo tras las “Estrategias del deseo”
que plantea el poemario, tanto en el nivel de la vivencia como en el de la
escritura. Estrategias para seducir
a la amante y para llevar al máximo la intensidad de un instante vivido, ya sea
de ausencia, de dolor o de placer.
Estrategias para dejar al deseo propagarse y obtener intensidad de toda
la realidad percibida bajo su influjo, pero también para detectar el momento en
que sus objetos parciales comienzan a dispersarse y las intensidades a
declinar. Es entonces cuando
renunciar se convierte también en estrategia del deseo, pues a pesar del dolor
inmediato que produce, es la única manera de dar final al proceso desgastado y
abrir espacio a uno nuevo donde se generen nuevas intensidades. El final del ciclo de la pasión se
anuncia en el poema “Derrota”.
En él no hay señas de conflicto, sólo la certeza de la mujer que narra
sobre la amenaza del desamor, el cual se elabora como un estado plano, opuesto
a la intensidad del odio o del amor:
sin querer descubro
que los ojos que
amo
serán un día los
ojos por los que dejaré de amarte […]
La caricia que
anhelo
mañana me dejará
indiferente
y las noches de
deleitoso placer
serán las
pesadillas al despertar. (83)
A pesar de que el amor y el deseo aún existan,
la sola intuición de su desgaste, la posibilidad de ligar sus objetos parciales
a la indiferencia o el rechazo, precipitan la ruptura de la relación, la cual,
dentro de la permanente búsqueda de intensidad que ha emprendido el yo poético,
podría entenderse como el último momento intenso, como la irrupción más
violenta del deseo en el flujo de la pasión. El poema “Inseparables” (85)
elabora este momento crítico en un registro netamente corporal:
Devolví al mundo lo que había devorado
feto de mi entraña
comida de mi hambre
agua de mi sed
sangre de mis venas
célula de mi tejido
hija de tu vientre
alimento de tu plato (86)
Se trata de una ruptura simultánea de las combinaciones
y los flujos que en el avance de la relación se habían creado entre los
fragmentos de los cuerpos de las dos mujeres. Al expulsar de su cuerpo lo que lo completaba – feto de mi
entraña, célula de mi tejido –, y al arrancar lo que de ella completaba a su
amante – hija de tu vientre, alimento de tu plato –, los cuerpos de ambas
adquieren nuevos relieves y quedan marcados por los residuos de la separación,
los fluidos orgánicos, el dolor.
Esta transformación, en la cual a cada mujer le corresponden algunos
rastros de la experiencia, es metáfora de la ruptura subjetiva entre las dos
mujeres y evidencia cómo a partir del choque (disyuntivo) que es la separación,
se transforma la subjetividad. En
los poemas posteriores a “Inseparables” podemos ver cómo la subjetividad de la
mujer que narra se transforma, no a partir de la falta de la amante perdida,
sino del reconocimiento de su nueva realidad individual. En “Mi sexo” y “Le digo a mi sexo”,
donde ella reflexiona sobre sus exagerados impulsos sexuales y el carácter
autodestructivo de su deseo, se perciben las huellas que ha dejado la
separación – los vacíos, los sentimientos de culpa, la soledad – y la voluntad
de la mujer por otorgarles un significado. Y de otro lado, poemas como “La musa rebelde”, “Despedida de
la musa” y “Anuncio publicitario”, los cuales narran la partida de la musa de
la poeta y la búsqueda de una nueva, muestran la intención de la mujer por
encontrar un nuevo objeto del deseo.
De esta manera, la falta o el vacío son desplazados rápidamente por la
transformación, por el deseo de seguir la dinámica y llevar el ciclo a su
final. La búsqueda de la
intensidad sigue manifestándose como la meta última de la experiencia y también
de la escritura. Las estrategias
del deseo continúan en marcha.
En este
texto he querido explicar el ‘funcionamiento’ del deseo en Estrategias del deseo tomando como punto de partida los
planteamientos de Deleuze y Guattari, en los cuales el deseo se distancia de la
idea de carencia propuesta por el psicoanálisis, y se plantea como parte de un
proceso de producción que combina constantemente – uniendo, separando,
transformando – el flujo de la experiencia vivida y una diversidad de objetos
parciales. Hasta este punto he
explorado las tensiones entre flujo y objetos parciales que se hacen evidentes
en las realidades referidas en los poemas y la imperfecta conformación
narrativa que alcanzan. También he
demostrado que la búsqueda central del yo poético es la intensidad, la
sensación de actividad y vitalidad que el deseo produce, lo cual afianza la
visión productiva en oposición a la idea de falta. Desde esta perspectiva, el temor, la ausencia o el dolor,
que suelen tener una connotación negativa o destructiva dentro de las
relaciones amorosas adquieren una nueva significación despojada de cargas
valorativas; todas las sensaciones o emociones son entendidas como intensidades
positivas que generan una suerte de topografía sobre la experiencia vivida,
haciendo de ella una totalidad rica, heterogénea y no necesariamente
consistente. Los matices de esas
intensidades, su carácter provisorio y sus principales productos para el yo
poético también han sido esbozados.
Sin
embargo, hay un aspecto del deseo que no he cubierto y que quisiera mencionar
como objeto de una futura elaboración.
Se trata de la tensión entre el deseo vivido en un plano íntimo,
individual, y las estructuras culturales por las cuales se ve limitado, o,
según lo elaboran Deleuze y Guattari en su libro Anti-Oedipus: Capitalism and Schizophrenia, lo molecular y lo
molar, respectivamente. La tensión entre estos dos campos que interactúan entre
sí, se manifiesta en el poemario al menos de dos formas: por un lado, a través
de la acumulación de referentes correspondientes a diferentes áreas del saber, las
cuales demuestran el peso de lo aprendido dentro de la cultura, tanto en la
vivencia de la pasión, como en su conformación en la escritura, y por otro
lado, en la alusión a elementos de la realidad concreta, de la cultura
occidental y el capitalismo, y su permanente relación con el amor. El inevitable componente “estadístico”
que Deleuze y Guattari encuentran en
el amor, se despliega en este poemario tanto al nivel del lenguaje como
de las realidades que los poemas evocan.
A partir del análisis de estas dos formas de tensión sería posible
establecer hasta que punto Estrategias
del deseo propone el deseo como una oportunidad para transgredir lo molar,
o si se reconoce atrapado dentro de sus estructuras. Este tipo de análisis no sólo permitiría ligar las
características formales, estructurales y temáticas de la poesía de Peri Rossi
con las problemáticas culturales, sino también articular este poemario dentro
del resto de su obra, la cual se ha caracterizado por conformar posturas de
resistencia desde perspectivas variadas.
Trabajos citados
Deleuze, Gilles y Félix
Guatari. Anti-oedipus: Capitalism
and Schizoprhenia. Minneapolis:
University of Minnestota Press, 2003.
Primera edición, 1972.
Peri Rossi, Cristina. Estrategias
del deseo. Barcelona: Lumen,
2004.
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