Por
qué seremos tan sirenas, tan reinas
abroqueladas por los infinitos marasmos
del romanticismo
tan lánguidas, tan magras
Por qué tan quebradizas las ojeras, tan
pajiza la ojeada
tan de reaparecer en los estanques donde
hubimos de hundirnos
salpicando, chorreando la felonía de la
vida
tan nauseabunda, tan errática
- Néstor Perlongher
Otras notas sobre el camp en Latinoamérica
Las yeguas del Apocalipsis Adiós Normandia- Performance (1992) |
Estrafalario,
nostálgico, extravagante, teatral, apasionado, exagerado, feo, tierno,
artificioso, marginal, seductor, deleitoso, amanerado, desmedido, sentimental,
visible y cifrado, ponzoñoso, rebelde, perturbador, hermoso por ser feo. Cargado de adjetivos, ambiguo en su
etimología, en su ubicación con respecto a sujeto y objeto, y en sus relaciones con los
postmodernismos, el pop y el neobarroco, entre otros vecinos, el camp es una
estética que ha impactado la literatura y el arte latinoamericano de las
últimas décadas. Este texto discute cómo se relaciona la estética camp con el arte pop y los postmodernismos. Adicionalmente, se ocupa de
esbozar la presencia de lo camp en la producción cultural de América Latina, sus
usos y sentidos en este contexto, y también sus matices actuales.
De
acuerdo con Susan Sontag, el camp corresponde a una sensibilidad artificiosa,
una atracción, un gusto, una manera de mirar, pero también se refiere a una cualidad
perceptible en los objetos y en el comportamiento de las personas (303-305). Lo
camp se caracteriza por su carácter artificioso y su alta estetización, por su
teatralidad y su exageración, y por el uso deliberado de lo kitsch, que lo
lleva a ser el “buen gusto del mal gusto” (Mayer citado por Santos 122). En su libro Camp y Postvanguardia, José
Amícola recoge algunas definiciones, resaltando que es una “forma
representativa teatral sobrecargada de gestualización” y también que es una “sensibilidad
particular gay propia del siglo XX” (50).
De esta manera, lo camp aparece ligado, por una parte a la cultura de
masas, mediante el uso de lo kitsch, y por otra parte a la homosexualidad. En las últimas décadas, el término camp
ha sido identificado casi que exclusivamente con la homosexualidad,
especialmente a partir del surgimiento del movimiento de liberación gay
post-Stonewall, el cual motivó gestos de travestismo cada vez más provocativos
y con un sentido de resistencia (198).
Según Sontag, quien escribió antes de Stonewall, aunque no todos los
homosexuales tengan gusto camp, ellos constituyen la vanguardia y el público
más articulado de lo camp (319); han sido los principales promotores y
beneficiarios de esta sensibilidad.
Entonces, lo que sucede después de Stonewall es que se reformula el
sentido político de lo camp, lo cual promueve tanto el uso y la visibilidad de
lo camp, como su identificación (desde afuera, pero sobre todo desde adentro)
con la homosexualidad. A pesar del
peso de esta identificación, considero importante reconocerle al camp su
conexión con la cultura de masas y su posibilidad de ser apropiada y disfrutada
desde otros lugares.
Pop vs. Camp: Pose vs. Ironía
La
estética camp aparece históricamente conectada a la cultura pop norteamericana,
cuya principal bandera era la destrucción de las barreras entre lo ‘alto’ y lo
‘bajo’ de la cultura y la consecuente liberación de los parámetros de
gusto. El pop-art, como lo señala
Lidia Santos, “promovió el gusto del consumidor, que incluía no sólo lo kitsch,
sino también las imágenes comerciales y técnicas de propaganda que estimulaban
el consumo” (121). Lo kitsch, que
sería una propiedad de los objetos, se asocia con el mal gusto de las clases
populares; es una “inadecuación
estética” (97) que se da como imitación o apropiación creativa del estilo culto
de la burguesía desde lo bajo[1]. El kitsch opera por acumulación de objetos
y referentes de la alta cultura y de la cultura de masas, que se combinan con
nuevos criterios estéticos; ya sea con el fin de aproximarse a la clase más
alta: kitsch pasivo según Santos, o para constituir un gusto propio que
diferencie de esa clase y reivindique la diferencia: kitsch activo. El Pop-art imita, recupera ídolos y
mezcla referentes; pero su imitación se da a modo de pastiche, como simple
reproducción, sin subvertir en su uso o sentido lo que la cultura de masas le
entrega; y sus alteraciones estéticas, al repetirse infinita, mecánicamente, anulan
el carácter metafórico de su modelo.
Aquí, su principal diferencia con el camp. En este sentido, el pop se identifica con postmoderno en su
uso del pastiche: “a neutral practice of such mimicry, without any of parody’s
ulterior motives, amputated of the satiric impulse, devoid of laughter […]
blank parody, a statue with blind eyeballs” (Jameson 17), mientras que lo camp
conserva elementos paródicos. La
parodia puede entenderse (siguiendo a Hutcheon) como una forma de imitación
caracterizada por la inversión irónica, que acentúa las diferencias más que las
similitudes, haciendo entonces una refuncionalización de los elementos
parodiados (Amar Sánchez 25). La
parodia no es inocente, sino totalmente consciente, intencionada y queda
abierta a un doble sentido.
La
drag queen, que es quizás el icono camp más difundido, evidencia el carácter
paródico de esta estética. El
hombre homosexual que se viste en drag no quiere ser mujer, no quiere ser su
copia; pero al teatralizar de forma artificiosa y altamente estetizada la forma
de la mujer, manteniendo a la vista algunos rasgos masculinos, la drag marca
sus diferencias con la mujer y su relación inestable con este signo. La drag altera su idea de una mujer, la
sobreestetiza y la sobrefeminiza de forma intencional. Su parodia de mujer
tiene una intención lúdica, e incluso tiene algo de autoparodia, busca un gozo
de lo frívolo y se ríe de los amaneramientos de su propia comunidad; por otra
parte, en la ambigüedad de su corporalidad, cuestiona la idea de una apariencia
natural cada sexo y hace visible el carácter construido, artificioso de los
géneros (Butler 397-398). Finalmente la drag, a través de una subversión que
tiene un código no comprensible para todos, resalta la identificación con su
comunidad y acentúa la diferencia.
El
ejemplo de la drag ilustra cómo el camp hace un uso “activo” del kitsch (usando
los términos de Santos), pues lo adopta para construir un gusto propio, para
reírse de sus modelos y perturbar el
orden social a través de la visibilidad de aquello que atenta contra las normas
del gusto, de lo prudente, y también de lo moralmente aceptado: perversión
irónica. Este modus operandi lo ha
convertido en arma para la visibilización y reivindicación de comunidades marginales,
para el cuestionamiento de las estructuras de clase y de género, y para la
denuncia social. Al camp se le ha criticado su tendencia a lo frívolo y su
fijación en la apariencia: su actitud estetizante; estos gestos, en mi opinión,
son centrales en su estrategia de visibilidad y tienen cierto poder subversivo al
establecer una postura diferencial, gozosa, lúdica, frente a la funcionalidad que
rige la vida moderna.
Latinoamérica Camp
Podríamos
decir que la estética camp en la literatura y el arte latinoamericano comienza
a difundirse a partir de los años sesenta. Su afianzamiento – no necesariamente su surgimiento – , y la
adopción de este término por parte de críticos y creadores, va de la mano del
proceso de masificación de la cultura, por una parte, y de los movimientos de
liberación gay que extienden sus efectos a la región, por otra. “Lo camp”, como en los Estados Unidos,
aunque no va a ser exclusivo para la producción con temática homosexual, va a
guardar una fuerte conexión con ésta. Sobre este tema quisiera aclarar que antes de Stonewall la
homosexualidad ya estaba presente, aunque muy velada, en la producción cultural
latinoamericana, especialmente en la literatura[2];
sin embargo, estos movimientos hicieron posible su “salida del closet”: el
nombrar y reconocer la homosexualidad, e impulsaron el uso de estéticas más radicales
y prácticas tendientes a la visibilización.
En
Latinoamérica, la aparición del camp guarda relación con versiones ‘locales’
del kitsch y también con la tradición de lo cursi. La singularidad de nuestras versiones de kitsch tiene que
ver con los procesos específicos de urbanización, de conformación y
transformación de las clases en la modernización de nuestros países; también con
las relaciones que se iban estableciendo con los productos artísticos e incluso
con lo kitsch norteamericano, como por ejemplo con el arte pop. Retomando un análisis de los
arquitectos Dinah Guimaraes y Lauro Cavalcanti, Lidia Santos señala la
particularidad del kitsch brasileño en la arquitectura; la forma en que por
ejemplo, la clase obrera, en un gesto de resistencia frente a la masificación y
el nivelamiento, había una intensiva personalización del espacio
doméstico. “En el lento ritmo del
tiempo de los pobres, el barrio “desabsorbe” la fábrica, alterando la
arquitectura de la casa […] se plantan calabazas y flores, como una manera de
reinstalar lo rural perdido y se decora el espacio interno con todo lo que los
refinados consideran de mal gusto” (102).
Además se personaliza el ambiente con lo que remite a la familia y la
memoria de grupo, y se pintan las casas de colores chillones, todo se adorna y
se llena para contrarrestar el gris del espacio homogeneizado, y, creo yo, para
adquirir visibilidad frente a las clases superiores. El kitsch, más
latinoamericano involucraría lo rural, la familia, las tradiciones populares
latinoamericanas, en muchos casos los iconos católicos; pero también los
referentes del kitsch norteamericano, en la medida en que Estados Unidos era el
centro de la cultura de consumo y se veía, en muchos sentidos, como
modelo. Así, el kitsch latinoamericano
resulta mediado y sus hibridaciones se dan en direcciones distintas a su
versión del norte. Cuando la ropa
de colecciones pasadas de Versace comparte la escena con las canciones de la
mexicana Yuri (icono pop de los 80), como ocurre en la novela Al diablo la maldita primavera (Sánchez
Baute 2002), estamos viendo de frente al kitsch latinoamericano.
Lo
cursi, por su parte, tiene en sí mismo una tradición propia de los países
hispánicos. Lo cursi está
relacionado con aparentar, pretender ser lo que no se es, resultando ridículo. En lo cursi están implícitos los rasgos
de la copia y de la reproducción de modelos que ha formado parte de nuestra
identidad cultural como culturas marginales con respecto a Europa y Estados
Unidos (124), y también refleja la verticalidad de la diferenciación de clases
de nuestros países. Lo cursi se
hace presente en las prácticas cotidianas, en la moda, la música y formas de la
cultura de masas latinoamericana como la telenovela; ella ofrece al camp la
belleza teatral de sus divas, su sentimentalismo exagerado, sus preocupaciones
por el ascenso social (su arribismo) y por los procesos de descubrimiento o
performance de una identidad – por ejemplo en la típica narrativa de la joven
pobre que se descubre hija de una familia rica.
De
acuerdo con Santos, lo cursi y lo camp están muy cerca uno del otro, pero se
diferencian en que mientras el primero aparenta lo que no es, el segundo
“reivindica la apariencia como esencia” (123). Por otra parte, el sujeto cursi suele ser ingenuo y es
reconocido como tal por los otros, de manera despectiva; en contraste, el camp
es “una calificación auto-atribuida”, con la cual el sujeto no sólo se reconoce
a sí mismo, sino que también se reconoce en los comportamientos de otros
similares a él” (123). Mientras el cursi desconoce los códigos de gusto
(desobedece por ignorancia), el camp los conoce, pero los desobedece
intencionalmente. La diferenciación que hace Santos me parece pertinente, si
hablamos de lo camp y lo cursi exclusivamente como sensibilidades, pero creo
que al nivel de la producción cultural no es posible oponer lo cursi a lo camp
de manera tajante; por el contrario, creo que lo cursi es una de las materias
primas del camp latinoamericano y una forma de expresar, entre otras cosas, la
precariedad del personaje camp, su marginalidad, dentro de las estructuras
sociales. Así como el camp hace uso
intencional de lo kitsch (como objeto) y lo pervierte, también puede hacer uso de lo cursi (como actitud); desde
una posición de conocimiento de los códigos de gusto, el camp puede fingir ser
cursi, simular su ignorancia, exponerse al ridículo. El juego de aparentar hasta tocar el límite del ridículo,
está presente, por ejemplo, en los videos del artista uruguayo Dani Umpi. Umpi es escritor de teatro, novela y
canciones; realiza performances y otras obras visuales, y experimenta con
nuevos medios y técnicas. La
estética camp permea todas sus actuaciones. En sus videos, Umpi no personifica a otro, sino que se
presenta como “él mismo” – kitsch, feminizado pero no travesti; canta canciones
ridículas, y realiza coreografías casi cómicas; sin embargo, se presenta con
toda seriedad, intentando parecer una estrella del pop internacional. El Umpi de los videos es cursi, siendo
la cursilería es una estrategia para lograr la visibilidad de una comunidad
homosexual muy diferente a la de décadas anteriores. Aquí la lucha no es tanto por espacios sociales o derechos,
sino por la aceptación de las estéticas que ahora los identifican; Umpi busca
ganar un espacio para los suyos dentro de la carta de tendencias estéticas
disponibles globalmente y demostrar que su gusto puede ser adoptado por
públicos más amplios.
Dani Umpi. Músico y artista uruguayo |
Así,
nutrido de un kitsch propio, y de lo cursi, el camp en Latinoamérica es
diferente estéticamente al que surgió en los Estados Unidos; ha tomado matices
tropicales, o se ha inspirado en el tango y el arrabal (Copi), en la historia
del arte latinoamericano (Las Yeguas del apocalipsis) y en los íconos
religiosos (Aterciopelados), pero también en el cine de Hollywood (Manuel Puig).
También ha ido de la mano de la estética neobarroca (especialmente en la
literatura, y más recientemente en las artes visuales), que desde Lezama y
Carpentier ha estado atado a lo auténticamente latinoamericano. Con esta forma
estética comparte su carácter artificioso, su actitud antifuncional que la
lleva a desperdiciar el lenguaje y el material y su tendencia a producir reelaboraciones
a partir de referentes mixtos. En
la obra de autores como Copi y Néstor Perlongher es difícil decir hasta dónde
llega lo neobarroco y dónde comienza lo camp. Mientras el primero usa lo monstruoso, la mutación y el
simulacro en la construcción de sus personajes, el segundo juega con estructuras
difíciles y sentidos ambiguos, cifrados (ecos del neobarroco de Sarduy), u opta
por el recargamiento del lenguaje y las imágenes. El lamé, las plumas, los cristales, las pestañas postizas,
el maquillaje comprado en la farmacia, el brillo de las sirenas, las
lentejuelas, pueblan las actuaciones de sus travestis y personajes de nombre
femenino con ambigua identidad.
Pero no todo en sus obras es felicidad; el brillo y la pompa también se
usan para representar la marginalidad de los personajes; se revela el brillo
como artificio de una existencia solitaria y precaria (simulación revelada del
neobarroco). Esta ambivalencia es
un rasgo singular del camp latinoamericano que contrasta con la euforia pura de
su versión del norte. Al
relacionar camp y neobarroco, y ver cómo la crítica se ha referido a los mismos
gestos unas veces como camp, otras como neobarrocos, surge la pregunta de si
podríamos referirnos al camp latinoamericano como un neobarroco con clave de
cultura masiva.
La
diferencia entre el camp latinoamericano y el que surgió en Estados Unidos y en
Europa, también está determinada por la singularidad de las realidades sociales
de nuestros países. Los
movimientos de liberación gay adoptan el camp como suyo y así lo difunden al
resto del mundo; pero la situación de nuestras comunidades gay, su lugar en la
vida social, sus formas de organización y , entre
otras cosas, no correspondían a lo que ocurría en Norteamérica. Por otra parte, la capacidad que
ofrecía el camp para perturbar y producir visibilidad, lo convirtió en una
forma propicia para denunciar problemas locales, para criticar los regímenes
políticos y el conservadurismo de la sociedad. El trabajo del dúo “Las yeguas del apocalipsis”, compuesto
por los chilenos Pedro Lemebel y Francisco Casas, ejemplifica el uso del camp
para objetivos que incluyen, pero van más allá de la lucha homosexual, así como
el impacto social de esta estética.
A través del performance, este dúo buscaba denunciar la hipocresía de la
sociedad chilena, su arribismo y su acomodamiento a la dictadura; además
luchaban por los derechos humanos que se habían quebrantado durante la
dictadura, y por los derechos de los homosexuales. El travestismo (y su figura del travesti pobre) y otros actos
escandalosos fueron una de sus armas principales para causar la incomodidad en
el público y causar una reacción.
Las yeguas hacían, en general, intervenciones improvisadas y se
convirtieron en un mito por su capacidad de perturbación.
En
los últimos años, las intenciones del uso del camp relacionado con lo
homosexual han pasado de la lucha contra la discriminación a preocupaciones
como la representación de las comunidades en las ciudades, la creación de
estereotipos homosexuales desde fuera y desde dentro de la comunidad, y la
complejidad del proceso de construcción de la identidad sexual. Tal es el caso de la novela Al diablo la maldita primavera, llevada
al teatro y Best Seller en Colombia entre 2002 y 2003. Esta novela narra la vida de un
homosexual que vive en Bogotá, en un barrio conocido por su numerosa población
gay, y que quiere ser la reina drag de las discotecas de la ciudad. Al estar narrada en primera persona, lo
camp no se queda sólo en el personaje que se trasviste, sino que se filtra al
lenguaje y la estructura del texto.
Está lleno de citas de canciones pop, de rancheras y referentes de la
cultura masiva internacional; la narración muta en su forma y su temática como
la sensibilidad del protagonista. En
esta novela, el uso del kitsch se mueve entre las aspiraciones de ascenso
social y la construcción del gusto propio homosexual. En esta tensión se percibe cómo dentro de la comunidad se
han arraigado los símbolos de estatus asociados a la sociedad de consumo
(billeteras de Luis Vuitton, viajes a Nueva York), convirtiéndose en mecanismos
de discriminación interna y externa.
Así, Sánchez Baute perturba a la sociedad bogotana en general al
hablarle de sus vecinos del lado a los que se niega a ver, pero sobre todo a su
propia comunidad (Sánchez es homosexual), por su falta de solidaridad y por sus
propias prácticas discriminatorias.
Creo que los avances de los homosexuales
en términos de derecho y reconocimiento, y la entrada de otras estéticas
globales en las que han encontrado identificación, ha causado una pérdida de
importancia de lo camp con respecto a otras sensibilidades y formas expresivas
durante la última década. Las
obras de pintores argentinos como Juan Tessi y el fotógrafo Agustín Bossini
Pithod son ejemplos de esta transformación. En las obras de los dos primeros hay una preferencia por
estéticas desprovistas de cualquier gestualidad teatral; las corporalidades
masculinas muestran rasgos sutiles de feminización que se comparten como parte
de ese ‘lenguaje secreto’ que antes se basaba en el escándalo. También hay una tendencia a utilizar
como referentes el cine juvenil y la pornografía gay masculina, en vez de las
divas del cine o la música que, si bien siguen sirviendo como iconos de sus
comunidades, ya no tienen un papel central en la representación. Sin embargo, autores como José Pedro
Godoy aún recurren a lo camp, a su carácter lúdico y perturbador, a su mal
gusto, pero sin utilizar personajes como el travesti o la diva. Entre las obras con esta inclinación se
destaca “Versión no oficial del desnudo masculino”, la cual consiste en 75
pequeños cuadros de desnudos masculinos, algunos tomados de la pornografía y
otros de pinturas famosas. La
acumulación de hombres desnudos, la obscenidad de las poses y la mezcla entre
estilos la hacen camp. El camp de Godoy
busca causar incomodidad en la audiencia heterosexual y ofrece una oportunidad
de juego cómplice entre los homosexuales, al poner los modelitos de catálogo
porno en una obra ‘seria’. En mi
opinión, el camp actual está más interesado en el juego y la validación
estética, lo cual me lleva a preguntarme si se ha domesticado o si lo que vemos
ahora ha dejado de ser camp y es quizás puro kitsch decorativo.
Como
lo mencioné al principio de este ensayo, considero que el camp también
encuentra oportunidades fuera de la representación de la homosexualidad y del
travestismo. En Latinoamérica la
demarcación de lo camp se complica, teniendo en cuenta la proximidad de estas
obras con el neobarroco y el ultrabarroco (usando el término de Zamudio,
trabajado por Moraña). Sin
embargo, hay algunas obras recientes que por su teatralidad, su uso intensivo
del kitsch y la reelaboración creativa que hacen de referentes mixtos, en un
gesto más paródico que de pastiche, se insinúan como obras camp. Algunos
ejemplos son las pantallas de luz de Carla Benedetti, las cuales manipulan
escenas de calendarios kitsch y las convierten en lugar de visita para la
imagen de la artista y de otros personajes. Estas pantallas están trabajadas en colores fosforescentes,
iluminadas desde dentro y dispuestas como pequeños teatros, lo cual las hace
escandalosas. Otro caso son las “naturalezas
muertas/paisajes” de José Pedro Godoy, en especial “Safari” y “Silvestre”, en las
cuales el autor toma figuritas de cristal Swarovsky disponibles en internet,
para inventar un paisaje artificial, una selva de cristal. Los tamaños gigantescos de las obras (Safari
mide 2 x 10 mts), lo kitsch de sus referentes – llevado al límite a través del
tamaño y la disposición espacial del color – y las perturbadoras distorsiones
realizadas al espacio, los objetos y la materialidad del cristal, las aproximan
a la estética camp[3].
Camp y postmodernismos
La
conexión inicial del camp con el pop art, su arraigo en la cultura de masas, y
rasgos como la reutilización de modelos, su fijación en la superficie y su
mirada nostálgica al pasado, evidencian su proximidad a los
postmodernismos. A continuación, presento
algunos breves comentarios sobre este tema, a partir de la caracterización de
Jameson sobre lo postmoderno.
1. Lo alto y lo bajo. El camp, como el pop art, juega con la eliminación de las
fronteras entre la alta cultura y la cultura de masas. En su uso intensivo del kitsch, realiza
una mezcla de fuentes a las que puede tener acceso directamente o de forma
mediada. En este sentido, el camp
latinoamericano mantiene este rasgo postmoderno; apropia todo lo que pasa por
su vista, tiene un gusto por lo “degradado” como diría Jameson (2) y prefiere
el melodrama y las películas de Hollywood (Ver Sánchez Baute y Puig) a los
libros o las fuentes de primera mano.
2. Superficialidad
y simulacro. El camp es una
estética particularmente superficial; todo lo hace a través de la estética, de
la apariencia y prácticamente anula el contenido a la forma. El camp es un arte de la simulación; en
él el ser-como-parecer es lo único importante. Pero en ese parecer, el camp latinoamericano, sobre todo el
de los 70 y los 80 no se rinde totalmente al simulacro. Lo usa apenas de forma parcial, en las
imágenes tan mediadas que obtiene del kitsch norteamericano o en los productos
de la cultura de masas que incorpora, porque su kitsch aún incluye las
tradiciones, la familia, lo rural, los personajes populares. En la actualidad, con el avance de la
economía global y la mínima diferenciación entre los productos de la cultura
masiva (que es su principal fuente), entre lo tradicional local y lo global, la
diferenciación del camp latinoamericano se disuelve. Obras como la de Godoy o la de Umpi, que se insertan
fácilmente dentro de las tendencias internacionales actuales, demuestran la
pérdida de este carácter diferencial.
3. Pastiche.
Como lo expliqué anteriormente, el camp, a diferencia del pop, no
realizaría un simple pastiche, sino que realizaría una perversión irónica. Creo que en nuestros países, esta
capacidad se ha nutrido, entre otras cosas, de la tradición neobarroca
latinoamericana, la cual le ha ofrecido su vocación por la mutación y por las
reelaboraciones creativas de los modelos, más allá de la simple copia. En el presente, ¿podríamos seguir
hablando de una producción camp en estos términos? Es decir, una producción
cuyos gestos de mutación con respecto al modelo realmente logren (o al menos
intenten) esa perversión irónica? ¿o toda nuestra producción escandalosa y
kitsch se queda en lo frívolo y decorativo?
4. Nostalgia. Una de las características más notorias de la estética camp
es su uso de modelos del pasado por motivos estéticos o por su valor en la
cultura de mercado (18), lo cual lo identifica con lo postmoderno. Usa como modelo, por ejemplo,
divas del cine o de las telenovelas, cantantes de fama, canciones románticas pasadas
de moda. Su apropiación es
sentimental, pero no por esto deja de ser superficial. Sin embargo, en algunos casos el camp
recupera personajes de forma intencional, por su carga simbólica. Tal es el caso de “Las yeguas del
apocalipsis” en su adopción de “Las dos Fridas” (Khalo), o de Néstor
Perlongher, quien, en el poema “Eva Perón” apropia el mito para la comunidad
homosexual de modo análogo a como lo hicieran las guerrillas de los setenta (Amícola
73). Estos autores arrancan
los mitos de su marco simbólico y se los toman para la comunidad que
representan como forma de reivindicación; también hay una resignificación posterior
del mito, siendo allí donde el camp logra perturbar el orden.
El
camp, en su versión latinoamericana, no logra identificarse plenamente con lo
que, según Jameson, caracterizaría a los productos estéticos y culturales
postmodernos. Además de los rasgos
que he explorado aquí, existen
otros aspectos tales como las emociones involucradas en el camp y la función
del grupo en el camp, que confirman esta relación inestable. Las razones de esta inestabilidad hay
que buscarlas en el camp como forma estética y en la articulación de
Latinoamérica a la postmodernidad.
En este sentido creo que sería interesante profundizar las
transformaciones del camp en las últimas décadas, que es donde parece atenuarse
la diferencia.
Bibliografía
Amícola, José. Camp y postvanguardia: Manifestaciones
culturales de un siglo fenecido.
Buenos Aires: Paidós, 2000.
Amar Sánchez, Ana María. Juegos de seducción y
traición. Literatura y cultura de
masas. (Selecciones). Rosario:
Beatriz Viterbo Editora, 2000.
Balderston, Daniel.
El deseo, enorme cicatriz luminosa:
ensayos sobre homosexualidades latinoamericanas. Rosario,
Argentina : B. Viterbo Editora, 2004.
Harvey, David. The
Condition of Postmodernity. An Enquiry into the Origins of Cultural Change.
Cambridge MA: Basil Blackwell, 1990.
Jameson,
Fredric. Postmodernism or the logic of late capitalism. Durham: Duke University press, 1991.
Lemebel, Pedro. Tengo
miedo torero. Santiago de
Chile: Editorial Planeta Chilena, 2001.
Martín Barbero, Jesús. De
los medios a las mediaciones.
Barcelona: Ediciones G. Gili, 1987.
Perlongher, Néstor. Poemas
completos. Buenos Aires: Seix
Barral, 1997.
Sánchez, Baute. Alonso. Al diablo la maldita
primavera. Bogotá: Alfaguara,
2003.
Santos, Lidia. “Lo
kitsch y la cultura de masas en el posmodernismo”. Kitsch tropical: Los
medios en la literatura y el arte de América latina. 93-126.
[1] Lidia Santos
realiza un interesante análisis sobre las diferentes acepciones de kitsch y sus
sentidos sociales que no desarrollaré en este ensayo, pero sobre la cual puedo
ofrecer mayor explicación.
[2] En El deseo, enorme cicatriz luminosa,
Daniel Balderston analiza el proceso de transformación que sufre la literatura
de temática homosexual y de la crítica sobre este aspecto de las obras desde
las primeras décadas del siglo XX.
[3]
En mi presentación oral puedo proporcionar imágenes que ilustren algunos de los
ejemplos que he expuesto en este ensayo.
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