Del
sujeto y la literatura. Guiños y estrategias para la resistencia
La literatura ha sido reconocida,
desde diversas perspectivas teóricas, como una de las prácticas en que mejor se
concretan las tensiones entre el sujeto y lo social. Para Terry Eagleton, uno de los teóricos de
la línea marxista que más lejos ha llevado esta inquietud, la literatura es el
modo más revelador de acceso a la ideología de que disponemos. Es en ella donde observamos de una forma
compleja, coherente, intensiva e inmediata, el trabajo de la ideología en la
experiencia vivida de clase o de sociedad (Smith 25). Desde esta perspectiva, la conexión con lo
social se da por el acceso que los textos literarios nos dan a la ideología que
traen impresa y frente a la cual tenemos la posibilidad de reaccionar, ya sea
aceptándola apaciblemente, rechazándola o incluso manifestándonos en pérdida,
incapaces de conformar una postura sólida.
Es decir, la literatura funciona como aparato ideológico (no represivo)
que interpela, que busca adherencia de parte del sujeto, pero sus llamados no se
dan a manera de prescripción que se sigue o no, como sucede en la escuela o la
institución familiar, sino de forma más o menos ambigua, a través de los
complejos y variados entramados de discurso, estructuras del lenguaje y mecanismos
estéticos, que constituyen los textos literarios. Frente a esa complejidad que activa nuestra
racionalidad, pero también nuestros sentidos y nuestro inconsciente, es más
difícil identificar lo ideológico y precisar su sentido, de manera que nuestras
reacciones frente a ello se hacen también ambiguas e impredecibles. ¿Cómo demarcar lo ideológico en un poema
poblado de metáforas, que nos niegan el acceso a un sentido estable, a un
discurso sólido? ¿Qué postura adoptar frente a una ideología pulverizada dentro
de lo estético?
Aquí vemos al sujeto constituirse
frente a los discursos ideológicos de la manera en que lo plantea Paul Smith,
no como una entidad fija que reacciona siempre igual y en conformidad a la
ideología, sino como un evento momentáneo, como posición (de sujeto)
imprevisible que se adopta frente una interpelación singular de lo ideológico. Ante cada interpelación la posición del
sujeto puede cambiar, y puede ser alguna de las que el contexto social ya ha
previsto como respuesta, o una diferente, marcada por la historia personal y el
inconsciente. En esa movilidad, en la
contradicción que se da entre unas y otras posiciones y en el interior de cada
una, es donde Smith ve la posibilidad del surgimiento de la resistencia, de un
pensamiento alternativo o de oposición a lo ideológico. Mi reflexión va dirigida precisamente hacia
esa relación entre sujeto, ideología y resistencia, en el caso específico de la
literatura. Partiendo de los planteamientos
de Paul Smith y de su diálogo con otros teóricos, en especial con Julia Kristeva,
me propongo explorar los matices del funcionamiento de la literatura como
aparato ideológico, y también identificar algunas formas en que ésta motiva
posiciones de sujeto inestables y contradictorias donde puede tomar lugar la resistencia.
Sujeto, ideología y resistencia
Antes de adentrarme en la
especificidad de lo literario, quisiera detenerme en algunos puntos de la
propuesta de Paul Smith sobre la constitución del sujeto en la ideología, a
partir de la cual abordo la relación entre la literatura, como aparato
ideológico, el sujeto y la conformación de la resistencia.
Una de las principales inquietudes
del marxismo y de los teóricos que de alguna manera han seguido esa línea de
pensamiento, ha sido la forma en que la ideología se produce y se expande
dentro de la sociedad, cómo moldea y determina a los individuos, cómo reprime a
pesar de no ser exactamente una fuerza represiva. En los años setenta, Louis Althusser propone
una teoría de la ideología que explica cómo ciertos discursos sociales
específicos, discursos ideológicos, interpelan a los individuos, los llaman a
someterse a ellos, a través de ciertas formaciones o aparatos, entre los cuales
figuran la escuela, la familia, la iglesia y las prácticas culturales. Desde su perspectiva, estos aparatos
ideológicos asumen un sujeto sometido de antemano, construyen una subjetividad
particular, la cual los individuos internalizan como si fuera una
auto-definición. El sujeto así
interpelado se percibe libre cuando realmente no lo es, no logra ver más allá
del velo de la ideología, es por lo tanto, incapaz de reflexionar y de tomar
acción, es un sujeto sin agencia y sin posibilidad de resistencia.
Frente a esta teorización que
concibe un sujeto completamente dominado por lo ideológico, aparece la
propuesta de Paul Smith (Discerning the
subject, 1988), la cual parte por mostrar que, a quienes interpela la
ideología, es a sujetos vivientes (no a sujetos teóricos prefabricados) que,
aunque no son completamente capaces de escoger su lugar en lo social y no son
plenamente conscientes de su subjetividad, tampoco están enteramente sometidos
a la dominación de lo ideológico (24).
Para Smith las personas no están completamente ciegas, son capaces de
entender la ideología y de decidir si aceptarla o no, aunque la coexistencia de
los discursos ideológicos y la multiplicidad de las interpelaciones dificulte
esa labor. Y es que los discursos
ideológicos no se presentan de manera ordenada, sino que “atacan” a la persona
por diferentes frentes a la vez y con posiciones de sujeto “prediseñadas”,
construidas a partir del mismo aparato ideológico. Algunos discursos intentan imponer la
heterosexualidad, otros la producción compulsiva, otros la delgadez como único
perfil de belleza, etc., aspectos (más o menos importantes para cada uno) sobre
los cuales el individuo puede haberse forjado una postura, la cual, sin
embargo, se ve influenciada por las circunstancias, y por detalles inconscientes
de su experiencia personal. La adopción
de posiciones de sujeto no se realiza entonces como una operación matemática,
sino de manera contingente, por lo cual el resultado nunca está garantizado.
Al contemplar la intervención de lo
inconsciente, Smith da un espacio en la relación entre lo sujeto y lo social a lo
no racional, a lo que llega a través de los sueños y los recuerdos, de los
estímulos corporales, del miedo, el placer u otras sensaciones intensas, y pasa
de la idea de un sujeto fijo, completamente dominado, a un sujeto totalmente móvil,
incapaz de dar cuenta de su propia historia y de sus reacciones; frágil, en la
medida en que no tiene una coherencia real en qué refugiarse, pero dotado de
salidas que él mismo no comprende, para rechazar aquellos discursos y prácticas
que lo oprimen.
En este aspecto, Smith se apoya en
la propuesta teórica de Lacan acerca del sujeto, la cual le sirve para terminar
con la rigidez y homogeneidad del sujeto Althusseriano, pero sin abandonar la
idea de su constitución en lo ideológico.
Para Lacan, el sujeto surge en la salida al
lenguaje, al espacio del otro, al orden simbólico, el cual, aunque no se limita
a lo ideológico, incluye la ideología como convención social e intento de
normatividad. Este sujeto es una complicada
articulación de diferentes momentos o instancias, una suerte de proceso de
producción en permanente ocurrencia, que no es fijo o estable. La razón de tal inestabilidad es la presencia
del inconsciente, que al ubicarse en el límite entre lo imaginario y lo
simbólico, se convierte en lugar de paso ineludible en la constitución del
sujeto. El obligado paso por el
inconsciente hace que cualquier salida sea imprevisible, y que el sujeto sea,
en relación con éste, un evento sorpresivo, temporalmente provisional, que
puede repetirse, pero también surgir de modos impredecibles.
Para
sintetizar la propuesta de Smith, podríamos decir que las posiciones del sujeto
frente a las interpelaciones de los discursos ideológicos, están marcadas por: a)
la existencia de posiciones previas construidas dentro de las mismas
instituciones o prácticas sociales, b) la capacidad parcial del sujeto para
entender la ideología y tomar una postura frente a ella, y c) la presencia
inadvertida de la historia personal a través de lo inconsciente. En la medida en que el sujeto adopta una
posición imprevista (que puede estar dentro del menú de posiciones
prefabricadas) frente a cada interpelación, éstas se van acumulando en su
experiencia vital sin guardar coherencia alguna. Es en la imposibilidad de alinear las
posiciones que el sujeto ha tomado a lo largo del tiempo, así como en las
contradicciones que hay entre y dentro de las posiciones ofrecidas por la
institución o práctica social desde donde se interpela al sujeto, surge el espacio
para la resistencia. Para Smith, ésta se plantea como un giro específico en la
dialéctica entre individuación e interpelación ideológica (25), como una salida
de lo predeterminado o lo predecible, el aprovechamiento de la contradicción en
la búsqueda de una alternativa. No se
trata de tomar una posición contra de los discursos dominantes, o de aceptar los
que se oponen a esa ideología, sino de encontrar, en lo contradictorio, un lugar
para la singularidad. Partiendo de esta
idea, la posibilidad de un aparato ideológico para motivar la resistencia no se
encontraría en la transmisión de un discurso de oposición a algo, sino en su
capacidad para provocar movimientos en las posiciones de sujeto, de activar la diferencia,
la inestabilidad y de evidenciar las contradicciones en las posiciones
planteadas por otros discursos. La
resistencia sería más factible en el contacto con aquellos discursos abiertos, que
contemplan una amplia gama de posiciones de sujeto, a sabiendas de que pueden
solaparse, contradecirse entre ellas, que no buscan adoctrinar sino
precisamente desestabilizar, poner al sujeto frente a su propio abismo.
Esta
visión de la resistencia cuenta con que el sujeto está dispuesto a la
contradicción, que pone en marcha su sentido natural a la negatividad, a la
búsqueda y la explotación de la diferencia (45), pero hay que tener en cuenta
que a pesar de su articulación heterogénea, discontinua, el sujeto sigue
buscando la homogeneidad, que la elabora como una ilusión[1],
la cual le permite construirse de manera coherente en el lenguaje y en relación
con los otros, imaginar que puede elegir, activar una subjetividad estable,
alcanzar una identidad con respecto a sí mismo (73). Desde esa ilusión es donde el sujeto se
enfrenta a la ideología, por ello sus reacciones, afectadas por el
inconsciente, resultan sorpresivas para sí mismo. Al asumir la vigencia del sentido de
negatividad, Smith pareciera olvidar que
la ideología misma se ha encargado de apaciguarlo, de cultivar la búsqueda de
coherencia y mantener sujetos “suturados”, sujetos a sí mismos, y que en la
medida en que la experiencia personal se ve afectada, reprimida por esa idea,
la necesidad de sofocar la diferencia puede llegar a formar parte (como trauma,
como temor) del inconsciente. Cómo reactivar
el sentido de la negatividad, cómo superar la conformidad y el temor a la
contradicción, tendrían que ser puntos a considerar en la conformación de la
resistencia.
Matices de un
aparato complejo
Desde
la perspectiva de Smith, la literatura es una de las prácticas sociales en que
la literatura está materialmente activa (26), funciona como aparato ideológico
frente al cual el sujeto se sitúa, en general, del modo en que lo he
esbozado. Sin embargo, su mecánica de
interpelación es diferente a la de aparatos como la escuela o la familia, las
cuales dictan conductas, emiten reglas, exigen conformidad o de otra manera
condenan a la exclusión. La literatura interpela a los sujetos de una forma más
sutil, similar a la del cine, la televisión o el arte en general, en ella la
ideología no se presenta al sujeto de forma prescriptiva, buscando acciones
concretas, sino que, tal como lo señala Terry Eagleton, a través de la
representación de situaciones ficticias, provee un imaginario (29) que el
lector adopta (o rechaza) y que puede desplegar en las situaciones reales, o
mantener a modo de opiniones y principios.
Frente a la ficción presentada por una novela o un poema, la toma de una
posición parece innecesaria, los mensajes pueden parecen inocuos, las realidades
demasiado distantes, incluso podría pensarse que la ideología está
ausente. El discurso ideológico se
atomiza no sólo en la distancia entre realidad y ficción, sino también en las
discontinuidades de la estructura y en los intersticios de lo estético, en los
gestos del lenguaje, las faltas, las repeticiones y en el carácter aparentemente
accesorio de las metáforas. Los
mecanismos estéticos del texto literario podrían incrementar el riesgo de que
una interpelación precisa falle a causa de la ambigüedad, pero también podrían
servir como estrategias para velar una cierta ideología, para hacerla llegar al
sujeto “embellecida”, idealizada y facilitar su aceptación. De manera que los textos no tienen un “efecto
estético” separado del “efecto ideológico”, como lo propusiera Macherey (27),
sino que lo estético y lo ideológico están enredados dentro de la unidad
textual, y también como efectos al momento de la construcción del significado
por parte del lector.
Pero
más allá de esta interacción, surge la pregunta por la efectividad de las
interpelaciones de la literatura. ¿Qué
texto es más efectivo en crear un sujeto conforme, uno donde la ideología salta
a la vista o uno creado a partir del engaño?
Desde la perspectiva de Smith, esta pregunta no tendría respuesta,
porque aunque el texto prescriba una cierta posición de sujeto, proyecte un
lector preferido capaz de realizar todo su el sentido ideológico, cada persona
de carne y hueso, diferente a la otra por su historia personal, su
conocimiento, sus experiencias, puede realizar una lectura distinta (34). De modo que, aunque el texto haya sido
gestado pensando en un significado fijo, como podría ser el caso de la
literatura clásica, el significado siempre resulta estando abierto a la
singularidad del lector.
De
otro lado, hay que tener en cuenta que los textos literarios, aunque cumplan
una función ideológica que los articula a lo social, son obra de individuos
particulares. “La literatura” no es una
institución ideológica en abstracto, sino el fruto de agentes humanos diversos,
que poseen una historia, una motivación, una forma de escritura personal. Cada texto literario tiene una cierta carga
ideológica, pero ésta no se le imprime en un acto completamente intencionado y
racional, sino que puede filtrarse en él a través del inconsciente del escritor;
el texto mismo puede ser la concreción de una posición de sujeto del escritor
frente a una interpelación previa, ser fruto de la sorpresa y la
contradicción. Pero el texto es también
una acción creativa donde el pensamiento racional y el inconsciente están en plena
actividad, sin un objetivo necesariamente funcional o ideológico. Esto explica en parte la ambigüedad y
discontinuidad de los discursos ideológicos en cierto tipo de literatura – pienso
en la autobiografía, la poesía y aquellos textos lúdicos que narran sin rumbo,
casi sin temática –, pero también nos
permite entender al texto como un evento que, en su creación y su lectura, relaciona
dos sujetos reales y que por lo tanto está marcado por la incertidumbre y la
heterogeneidad.
De
acuerdo con Julia Kristeva, quien ha explorado a profundidad el texto literario
y su significación, es decir, su relación con el sujeto, el texto es una
práctica heterogénea que puede entenderse como significancia, la cual se
refiere al “ilimitado
proceso de generación, la imparable operación de los impulsos hacia, en y a
través del lenguaje; hacia, en y a través del sistema de intercambio y sus
protagonistas – el sujeto y sus instituciones” (Revolución 30, traducción mía).
Esto significa que el texto literario, especialmente por su materialidad
en el lenguaje, por su pertenencia (al menos parcial) al orden simbólico,
construye al sujeto, de modo continuo y heterogéneo, al tiempo que lo relaciona
con lo social. Kristeva, de forma similar a Smith – ambos
tomando elementos de la propuesta lacaniana –, concibe al sujeto como evento
provisional y considera su historia como elemento clave del proceso, pero
plantea su intervención desde categorías relacionadas específicamente con el lenguaje.
En
su libro Revolución en el lenguaje
poético, Kristeva explica la significación como un proceso en que participan
dos modalidades inseparables: lo simbólico y lo semiótico. Lo simbólico, relacionado con la norma, con
la racionalidad y la funcionalidad del lenguaje, y lo semiótico, como “marca,
trazo, índice, signo precursor, prueba, signo grabado, huella” (35, traducción
mía) que remite a un momento pre-edípico del sujeto, antes de la separación
inicial, antes del establecimiento del signo, de la ruptura entre significante
y significado. Lo semiótico se relaciona
con los impulsos arcaicos y se percibe en lo gutural del lenguaje, en los
silencios, en lo desarticulado. Convive
con lo simbólico en el texto literario, y se articula con él de formas
distintas, dependiendo el tipo de discurso (poesía, narrativa, teoría, etc.). El lenguaje científico, por ejemplo, reduce
al mínimo lo semiótico, mientras el lenguaje poético, al transgredir las reglas
gramaticales, explotar el ritmo y la musicalidad del lenguaje, da un espacio
privilegiado a lo semiótico.
La
literatura entonces, y en especial el lenguaje poético, tienen la capacidad de
activar la modalidad semiótica de la significación, que es aquella sobre la cual
el sujeto no ejerce control, la responsable de lo imprevisible de su posición
frente al texto. Esto quiere decir, que
en la medida en que la literatura privilegie lo semiótico, puede generar mayor
heterogeneidad de significado, hacer posible un espectro más amplio de posiciones
de sujeto. Pero, frente a una explosión
de lo semiótico en el texto, ¿sería posible aún el acceso a la ideología?
Kristeva
afirma que la única forma de remodelar lo simbólico (lo social, la convención)
es por intervención de lo semiótico, pero enfatiza en que es una irrupción
relativa, pues al final ambos elementos se conservan, es decir, la
significación del texto continúa existiendo, es más, el despliegue de lo
semiótico ocurre dentro de ella (50). Así que, a pesar de las irrupciones de lo
semiótico, la ideología seguiría estando presente en el texto, pulverizada,
mezclada en la musicalidad de las palabras, en el sinsentido de las frases o en
otros gestos formales, de manera que cuando leemos, cuando oímos, cuando lo
semiótico se activa, no se queda como tal, sino que nos remite de algún modo a
la ideología. De acuerdo con este
razonamiento, la presencia de lo semiótico en el texto literario seguiría
permitiendo una significación completa, es decir, la constitución del sujeto en
lo ideológico a la vez que motivaría la adopción de posiciones móviles e
inestables, abriendo así el espacio para la resistencia.
Catalizadores de la
contradicción
Desde
la perspectiva de Kristeva, la heterogeneidad de significación alcanzada por la
incursión de lo semiótico, pareciera exclusiva del lenguaje poético. Ella hace énfasis en los efectos musicales de
la poesía, el silencio, la presencia de voces guturales, y también en el
sinsentido alcanzado por la ruptura en la sintaxis, a través de las cuales se
destruyen las creencias y significaciones aceptadas (Deseo 102). Esto no
significa que lo semiótico sólo esté presente en aquella poesía que renuncia
por completo al sentido convencional de las palabras, que nos entrega sólo
ritmos y sonidos. También puede
manifestarse a través de gestos sutiles, que no destruyen, sino que se valen
del sentido convencional de las palabras para producir un desequilibrio
semántico o la activación de recuerdos pre-simbólicos.
La
poesía de Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941) ofrece numerosos ejemplos de
modos sutiles de activación de lo semiótico. Sus poemas usan un lenguaje
controlado, no hay rima, ni una cadencia rítmica, y los juegos visuales o los
silencios explícitos son escasos (los utilizó en sus primeros poemarios). Lo semiótico viene en las palabras, las
metáforas, el lugar desde donde se ve la realidad, que ya no es sólo la de la
cultura, sino que está dominada por lo orgánico, lo instintivo y
sensorial. El poema “Babel, la noche”
(Babel Bárbara, 1991) evidencia este cambio de perspectiva:
Confía
en que el sueño
sea
un himen membranoso
y
en el regreso al pasado
de
la noche abisal
las
palabras rompan la cripta
atraviesen
la membrana
y
la penetren
ósmosis de la cual
Babel
despertará
como
la otra de sí misma (552)
En
este poema, Peri Rossi alude directamente a la constitución del sujeto en el
lenguaje, las palabras penetran a Babel y al hacerlo, la desprenden de su yo
completo, la establecen como la otra de sí misma. Y para regresar a ese momento de ruptura, a
ese pasado pre-simbólico, el sueño – que es momento, situación abstracta – debe
convertirse en himen membranoso, paso hacia el lugar del origen, hacia la
madre, y las palabras deben penetrar, atravesar la membrana. Las palabras no remiten a ideas sino a
sensaciones, a realidades concretas asociadas con nuestra naturaleza corporal y
no cultural. Sueño/himen, palabras/penetrar. Estas asociaciones rompen las convenciones,
nos exigen transformar nuestro imaginario poético, y en esa medida
desestabilizan nuestra relación con lenguaje, pero también con el cuerpo y la
sexualidad.
En
este mismo poemario Peri Rossi consigue una explosión de lo semiótico, mediante
un juego con la capacidad definitoria del lenguaje, evidenciando cómo la
significación siempre es múltiple, aunque estemos limitados por los
significados convencionales, por el abecedario y el diccionario. Cada verso del poema “Abecedario” nos entrega
un par de adjetivos que van definiendo a Babel.
Los adjetivos de cada verso comienzan con una letra del abecedario, en
orden, la A, la B, la C:
Arisca y un poco abstracta,
Babélica y a veces bostezante,
Carnal y cortesana,
Densa y dominadora,
Emancipada y escenográfica,
Feroz y fosca,
Gutural y gramática,
Húmeda y honda (561)
y así sucesivamente
hasta la letra V. En cada verso, Babel
se va haciendo más compleja, pero también contradictoria, algunos significados
se oponen entre ellos, algunos de ellos se escapan a nuestro conocimiento, de
manera que la construcción de un significado único y completo se hace
imposible. Aquí el orden del abecedario,
la rigidez del diccionario, se siguen sólo para mostrar que pueden romperse,
que sus restricciones no llevan a ninguna unidad, sino a lo múltiple. Cada lector construirá un significado
diferente dependiendo de su relación con los significados de cada término (lo
simbólico) y sus combinaciones en el verso, y también del efecto que produzca
sobre su sensibilidad (lo semiótico) el sonido de las palabras, la repetición
de las letras y la musicalidad de los versos.
“Emancipada y escenográfica/Feroz y fosca”. En el primer verso, cada término alude a
imaginarios diferentes, hay que hacer un esfuerzo por reunirlos, y ya en ese
sentido se produce inestabilidad; pero además la longitud de las palabras crean
un ritmo lento, que se rompe en el siguiente verso. Palabras cortas y sonidos fuertes que
coinciden con el sentido de lo salvaje.
Y así avanza el poema, con diferentes giros, convirtiéndose en un
tránsito accidentado que no puede realizarse desde las convenciones. En los dos siguientes poemas, “Y sigue…” y
“Babel bárbara”, se plantean nuevos juegos de definiciones con términos
diferentes, que llevan al límite la dinámica que he expuesto, produciendo el
total desequilibrio en la significación.
Los ejemplos que he presentado
muestran cómo la activación de lo semiótico en la poesía puede lograrse a
través de múltiples gestos del lenguaje.
Y aunque quizás sea éste el género que más haya explorado las rupturas
de la función simbólica del lenguaje, también es posible encontrarlas en la
prosa, y no sólo en aquella asociada con los movimientos de vanguardia, sino en
una amplia gama de novelas, ensayos y cuentos contemporáneos. La literatura neobarroca latinoamericana es
un ejemplo claro de explosión semiótica, por su oposición al uso funcional del
lenguaje, el desperdicio, la ambigüedad, y la elaboración de redes de metáforas
que obligan al lector a renunciar a la racionalidad y encontrar otros modos de
construcción del sentido. Allí podríamos
mencionar la obra novelística de Alejo Carpentier, Severo Sarduy o Reinaldo
Arenas, y más recientemente algunas de las novelas de Cristina Peri Rossi: Solitario de amor, y Diamela Eltit: Los vigilantes, que utilizan la
repetición, el ritmo y la indeterminación, en el caso de Eltit, o el excesivo
detalle, para la creación de discursos delirantes que aislan el lenguaje en el
individuo y lo muestran desprendido del orden simbólico. Al contacto con el texto, el lector entra en
una experiencia de pérdida similar, que le impide la construcción de una
posición estable frente al texto.
Otra
forma de activación de lo semiótico es aquella practicada en los textos lúdicos
y humorísticos que no buscan la construcción de narrativas coherentes, sino el
surgimiento de significados sorpresivos o disparatados. En ellos encontramos exploraciones libres del
lenguaje, inversiones en el sentido denotativo de las palabras, unión de
términos o frases sin relación aparente, y representación de situaciones que
aunque guardan coherencia en el lenguaje, no tienen sentido en la vida real, entre
otras estrategias. La obra humorística
de Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, 1936 – 1972), es un interesante ejemplo de
este tipo de narrativa. En ella, la
autora hace un viaje hacia el absurdo a partir de situaciones indeterminadas,
que nos impiden ubicarnos en algún imaginario para construir el
significado. Los títulos no ilustran el
contenido del texto, la forma de las palabras muta en una lógica que no se
revela al lector, o como parte de juegos fonéticos que juegan con la
significación convencional de las palabras.
Así sucede en textos breves como “En Alabama de Heraclítoris” que forma
parte de La bucanera de Pernambuco o
Hilda la polígrafa, una recopilación de narraciones breves y otras formas
que avanza por diferentes terrenos, sin una unidad clara. ¿Heráclito/clítoris? ¿Hay alguna relación
oculta que el lector deba descifrar tras el título? El texto alude a los griegos, a la filosofía,
a la teoría, a Borges, pero vagamente,
como ejes momentáneos de la imaginación, que pareciera estar hastiada de lo
memorizado, de lo racionalmente procesado, de las jerarquías vigentes para los
intelectuales. Frente a ese panorama, el
clítoris que transforma a Heráclito se plantea como evidencia del giro
semántico, que se realiza hacia ninguna parte, en la dirección que el libre
flujo del lenguaje y de los referentes culturales de la autora lo decidan. “Nicomaquino, no comas con la boca abierta,
¿qué va a decir Emmanuel Kant? –dijo Tote con el corazón destrozado. Con los
tristes restos de lo que fue un corazón, se sentó junto a Chú” (120). Una imagen momentánea surge en nuestra
imaginación, una madre advirtiéndole al hijo que no rompa las reglas morales de
Kant; la madre, decepcionada, se sienta junto a otro. Una vez termina la frase, el texto pasa a
otra cosa y el significado que hemos logrado construir, pierde importancia. La
significación del texto se plantea entonces como un proceso caleidoscópico, realizado
a partir de imágenes instantáneas que nos impiden tomar una posición única
frente al texto. La continuada ruptura
de la sintaxis: “A la mierda –corroborobó”, “Espichó, espiroqueteó”, te jodió ad jod”, resquebraja el sentido de las
imágenes que vamos construyendo, incrementando así la contradicción en la
construcción del significado. Heráclito
y Kant, la escolástica, Borges, siguen presentes en la historia, pero su papel
se ha distorsionado completamente, están en cuestionamiento, dislocados de la
esfera intelectual de su discurso. Dónde
ubicarlos, es una decisión que debe tomar el lector. Este es el tipo de juego ideológico que
propone Pizarnik en sus textos humorísticos: ubica lo serio en lo cómico, lo
claro en lo ambiguo, lo reglamentado en lo subversivo, y trastorna el orden del
lenguaje, haciendo evidente para el lector que la comprensión total es una
utopía, que cualquier posición es válida y que es posible pensar cada vez una
nueva, tomar las riendas del significado, resistirse a la fijeza que nos
reprime.
Con
estos ejemplos he querido mostrar sólo algunos modos de presencia de lo
semiótico en la literatura, e ilustrar con ellos la forma en que la dislocación
del equilibrio entre lo simbólico y lo semiótico conduce a la producción de
significados heterogéneos del texto, es decir, a la adopción de posiciones de
sujeto diversas frente a éste como aparato ideológico. Más allá de los mecanismos en que me he
detenido se encuentran otros relacionados con la represión y lo prohibido, con
lo abyecto, en términos de Kristeva, que designa a todo aquello que rechazamos
instintivamente, que produce incomodidad y perturba el orden del sistema. Lo abyecto reta nuestro sentido de la ley, es
lo perverso, lo corrupto, lo mórbido. En
la literatura contemporánea lo abyecto se manifiesta de múltiples formas. Crímenes, perversiones sexuales, conductas
crueles, represiones que se gozan, crueldades que se embellecen, etc. El
obsceno pájaro de la noche de José Donoso y La
condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik son algunos textos que valdría la
pena estudiar desde este punto de vista.
Aquí, sólo los abordo a manera de ejemplos.
En
El obsceno pájaro de la noche, lo
abyecto se manifiesta en representaciones perturbadoras del cuerpo y la
sexualidad. La novela se aproxima a la
vejez, a la masculinidad y a la deformidad corporal a partir de imágenes
obscenas, que llegan a producir una sensación de rechazo físico. Ejemplo de ello podría ser el cuadro,
desarrollado a lo largo de varias páginas, de una mujer joven que ha perdido su
hijo (imaginario) y juega con una anciana como si fuera su hijo; la lleva en
brazos, alimenta su boca desdentada, le cambia el pañal, limpiando y dejando a
la vista su sexo arrugado y seco. Las
situaciones que representa también nos producen temor y rechazo. El texto nos
hace testigos de la construcción de un mundo artificial de personas monstruosas
creado sólo para ocultar a un joven su propia monstruosidad, nos muestra el
abuso sexual de una joven retardada por un personaje disfrazado de gigante o el
deseo incontenible de un hombre normal por una mujer monstruosa. La posición del lector frente al texto varía
de la curiosidad a la aversión total, lo abyecto se manifiesta atrayendo y
produciendo rechazo a la vez. Nuestras
posturas previas frente a la identidad y los roles de género, la belleza, el
abuso del cuerpo, la verdad y la mentira, y en general el binario bueno/malo,
se ponen en tela de juicio. El texto
pulveriza varios de nuestros imaginarios y nos obliga a re-construirnos como
sujetos, a juntar las piezas, fuera del texto.
En
contraste, La condesa sangrienta, narra
la perversión sexual y la tortura de forma explícita pero sin ahondar en la
sensación de rechazo que produce lo abyecto, como lo hiciera El obsceno pájaro de la noche. Aquí, en cambio, hay un sutil embellecimiento
del dolor y la muerte, logrado a través de la construcción de imágenes de
carácter casi visual, que juegan con el color, las texturas, la ubicación de
los objetos y los personajes, transformando situaciones inaceptables en cuadros
capaces de proveer placer estético. Este
libro nos cuenta la historia de un personaje real, La condesa de Bathory, quien
obtiene placer sexual de la tortura y asesinato de jovencitas, hasta que es
descubierta y condenada a la reclusión en la misma casa donde ha cometido todos
sus crímenes. Cada breve capítulo cuenta
una forma de tortura, a modo documental, desde la perspectiva de un narrador voyeur que desea poner al lector en su
misma postura. En ciertos puntos del
texto, se percibe cierta decepción del narrador por la falta de creatividad de
la condesa para matar a sus víctimas:
la condesa adhería
a un estilo de torturar monótonamente clásico que se podría resumir así:
[…] Una vez maniatadas [las jovencitas],
las sirvientas las flagelaban hasta que la piel del cuerpo se desgarraba y las
muchachas se transformaban en llagas
tumefactas; se les aplicaban los atizadores enrojecidos al fuego; les
cortaban los dedos con tijeras o cizallas; les punzaban las llagas. (285)
El
narrador se aburre o se exalta sutilmente según la extravagancia del
procedimiento. Aquí las llagas tumefactas son un detalle a destacar
porque el daño sobre el cuerpo es tan absoluto, que permite a ese término ser
metáfora del cuerpo entero. El resto de
procedimientos son tan ordinarios que apenas merecen enumerase. A lo largo del texto el dolor se transforma
en sinónimo de belleza, lo abyecto se hace más atractivo y amenaza con absorber
al lector, pero como lo vimos antes, a través del lenguaje mismo, de las
estructuras, del orden del texto, del tono documental, siempre queda un rezago
de lo simbólico que mantiene vigente la tensión entre el sujeto y la ideología
del texto. Mediante la estetización de
lo abyecto, este texto ubica al lector en la contradicción entre instinto y
orden social, cuestiona sus preceptos de belleza, de placer y de poder, y las
limitaciones que el mismo sistema ha impuesto.
En
este ensayo he querido demostrar que la literatura cuenta con múltiples
recursos para activar lo semiótico, para disparar, en los sujetos que se
enfrentan a ella como aparato ideológico, esa pieza del proceso de significación
que no responde a reglas ni restricciones y que por lo tanto puede motivar la
heterogeneidad en las posiciones de sujeto y la contradicción que se requiere
para producir una resistencia frente a las reglas del orden social. Paul Smith asume que el inconsciente de los
sujetos está siempre activo para producir posiciones de sujeto inesperadas con
respecto al texto; quizás esa sea nuestra actitud natural, pero creo que el
afán homogenizador del sistema social ha reprimido de tal forma esa faceta, que
ella misma se ha transformado en un modo de aceptación automática. En esa medida, la literatura juega un papel
importante en la transformación de los sujetos y por lo tanto del orden social;
para esto no se requieren de textos doctrinarios que impugnen las ideologías
dominantes, sino todo lo contrario, una literatura que no quiera decir la
última palabra, sino que ofrezca múltiples alternativas al lector, que lo ponga
en encrucijadas que pongan en juego sus principios morales, sus deseos, sus
perversiones, sus traumas y que en esa medida lo obliguen a titubear, a buscar
una salida propia, a resistir.
Trabajos citados
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Kristeva, Julia. “Revolution in
poetic language” (Revolución en el lenguaje poético). The portable Kristeva.
Kelly Oliver ed. New York: Columbia University,
2002. p 23-91
-----.
“Desire in language” (Deseo en el lenguaje). The portable Kristeva.
Kelly Oliver ed. New York: Columbia University,
2002. p 94-115
-----.
“Powers of horror” (Los poderes del horror). The portable Kristeva.
Kelly Oliver ed. New York: Columbia University,
2002. p 230-263.
Peri Rossi, Cristina. Poesía reunida. Barcelona: Lumen, 2005.
Pizarnik, Alejandra. Prosa
completa. Barcelona: Lumen, 2003.
Smith, Paul. Discerning
the subject. Minneapolis: University
of Minnesota Press, 1988.
[1]Esta fantasía de
coherencia, de unidad es identificada por Lacan como Proceso de sutura, una
seudo-identificación que se da como conjunción entre lo imaginario y lo
simbólico, en busca de un yo coherente en el discurso. El sujeto sutura las rupturas que se dan
entre él y el otro a través de una función imaginaria que le provee un sentido
de plenitud y le permite esquivar el momento de separación, de falta a que se
enfrenta en la salida de lo imaginario a lo simbólico. De esta manera, el sujeto se sujeta a sí
mismo. Smith lo pone en los siguientes
términos: “Suture is the mechanism by which the subject is closed off from the
unconscious, or the unconscious is closed off from the subject, in the effort
to produce a coherent representation for the I which may engage in the
production of meaning (73).
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