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domingo, 6 de octubre de 2013

Del sujeto y la literatura. Guiños y estrategias para la resistencia



Del sujeto y la literatura. Guiños y estrategias para la resistencia


La literatura ha sido reconocida, desde diversas perspectivas teóricas, como una de las prácticas en que mejor se concretan las tensiones entre el sujeto y lo social.  Para Terry Eagleton, uno de los teóricos de la línea marxista que más lejos ha llevado esta inquietud, la literatura es el modo más revelador de acceso a la ideología de que disponemos.  Es en ella donde observamos de una forma compleja, coherente, intensiva e inmediata, el trabajo de la ideología en la experiencia vivida de clase o de sociedad (Smith 25).  Desde esta perspectiva, la conexión con lo social se da por el acceso que los textos literarios nos dan a la ideología que traen impresa y frente a la cual tenemos la posibilidad de reaccionar, ya sea aceptándola apaciblemente, rechazándola o incluso manifestándonos en pérdida, incapaces de conformar una postura sólida.  Es decir, la literatura funciona como aparato ideológico (no represivo) que interpela, que busca adherencia de parte del sujeto, pero sus llamados no se dan a manera de prescripción que se sigue o no, como sucede en la escuela o la institución familiar, sino de forma más o menos ambigua, a través de los complejos y variados entramados de discurso, estructuras del lenguaje y mecanismos estéticos, que constituyen los textos literarios.  Frente a esa complejidad que activa nuestra racionalidad, pero también nuestros sentidos y nuestro inconsciente, es más difícil identificar lo ideológico y precisar su sentido, de manera que nuestras reacciones frente a ello se hacen también ambiguas e impredecibles.  ¿Cómo demarcar lo ideológico en un poema poblado de metáforas, que nos niegan el acceso a un sentido estable, a un discurso sólido? ¿Qué postura adoptar frente a una ideología pulverizada dentro de lo estético?
Aquí vemos al sujeto constituirse frente a los discursos ideológicos de la manera en que lo plantea Paul Smith, no como una entidad fija que reacciona siempre igual y en conformidad a la ideología, sino como un evento momentáneo, como posición (de sujeto) imprevisible que se adopta frente una interpelación singular de lo ideológico.  Ante cada interpelación la posición del sujeto puede cambiar, y puede ser alguna de las que el contexto social ya ha previsto como respuesta, o una diferente, marcada por la historia personal y el inconsciente.  En esa movilidad, en la contradicción que se da entre unas y otras posiciones y en el interior de cada una, es donde Smith ve la posibilidad del surgimiento de la resistencia, de un pensamiento alternativo o de oposición a lo ideológico.  Mi reflexión va dirigida precisamente hacia esa relación entre sujeto, ideología y resistencia, en el caso específico de la literatura.  Partiendo de los planteamientos de Paul Smith y de su diálogo con otros teóricos, en especial con Julia Kristeva, me propongo explorar los matices del funcionamiento de la literatura como aparato ideológico, y también identificar algunas formas en que ésta motiva posiciones de sujeto inestables y contradictorias donde puede tomar lugar la resistencia. 

Sujeto, ideología y resistencia
Antes de adentrarme en la especificidad de lo literario, quisiera detenerme en algunos puntos de la propuesta de Paul Smith sobre la constitución del sujeto en la ideología, a partir de la cual abordo la relación entre la literatura, como aparato ideológico, el sujeto y la conformación de la resistencia.
Una de las principales inquietudes del marxismo y de los teóricos que de alguna manera han seguido esa línea de pensamiento, ha sido la forma en que la ideología se produce y se expande dentro de la sociedad, cómo moldea y determina a los individuos, cómo reprime a pesar de no ser exactamente una fuerza represiva.  En los años setenta, Louis Althusser propone una teoría de la ideología que explica cómo ciertos discursos sociales específicos, discursos ideológicos, interpelan a los individuos, los llaman a someterse a ellos, a través de ciertas formaciones o aparatos, entre los cuales figuran la escuela, la familia, la iglesia y las prácticas culturales.  Desde su perspectiva, estos aparatos ideológicos asumen un sujeto sometido de antemano, construyen una subjetividad particular, la cual los individuos internalizan como si fuera una auto-definición.  El sujeto así interpelado se percibe libre cuando realmente no lo es, no logra ver más allá del velo de la ideología, es por lo tanto, incapaz de reflexionar y de tomar acción, es un sujeto sin agencia y sin posibilidad de resistencia.
Frente a esta teorización que concibe un sujeto completamente dominado por lo ideológico, aparece la propuesta de Paul Smith (Discerning the subject, 1988), la cual parte por mostrar que, a quienes interpela la ideología, es a sujetos vivientes (no a sujetos teóricos prefabricados) que, aunque no son completamente capaces de escoger su lugar en lo social y no son plenamente conscientes de su subjetividad, tampoco están enteramente sometidos a la dominación de lo ideológico (24).  Para Smith las personas no están completamente ciegas, son capaces de entender la ideología y de decidir si aceptarla o no, aunque la coexistencia de los discursos ideológicos y la multiplicidad de las interpelaciones dificulte esa labor.  Y es que los discursos ideológicos no se presentan de manera ordenada, sino que “atacan” a la persona por diferentes frentes a la vez y con posiciones de sujeto “prediseñadas”, construidas a partir del mismo aparato ideológico.  Algunos discursos intentan imponer la heterosexualidad, otros la producción compulsiva, otros la delgadez como único perfil de belleza, etc., aspectos (más o menos importantes para cada uno) sobre los cuales el individuo puede haberse forjado una postura, la cual, sin embargo, se ve influenciada por las circunstancias, y por detalles inconscientes de su experiencia personal.  La adopción de posiciones de sujeto no se realiza entonces como una operación matemática, sino de manera contingente, por lo cual el resultado nunca está garantizado.
Al contemplar la intervención de lo inconsciente, Smith da un espacio en la relación entre lo sujeto y lo social a lo no racional, a lo que llega a través de los sueños y los recuerdos, de los estímulos corporales, del miedo, el placer u otras sensaciones intensas, y pasa de la idea de un sujeto fijo, completamente dominado, a un sujeto totalmente móvil, incapaz de dar cuenta de su propia historia y de sus reacciones; frágil, en la medida en que no tiene una coherencia real en qué refugiarse, pero dotado de salidas que él mismo no comprende, para rechazar aquellos discursos y prácticas que lo oprimen. 
En este aspecto, Smith se apoya en la propuesta teórica de Lacan acerca del sujeto, la cual le sirve para terminar con la rigidez y homogeneidad del sujeto Althusseriano, pero sin abandonar la idea de su constitución en lo ideológico.  Para Lacan, el sujeto surge en la salida al lenguaje, al espacio del otro, al orden simbólico, el cual, aunque no se limita a lo ideológico, incluye la ideología como convención social e intento de normatividad.  Este sujeto es una complicada articulación de diferentes momentos o instancias, una suerte de proceso de producción en permanente ocurrencia, que no es fijo o estable.  La razón de tal inestabilidad es la presencia del inconsciente, que al ubicarse en el límite entre lo imaginario y lo simbólico, se convierte en lugar de paso ineludible en la constitución del sujeto.  El obligado paso por el inconsciente hace que cualquier salida sea imprevisible, y que el sujeto sea, en relación con éste, un evento sorpresivo, temporalmente provisional, que puede repetirse, pero también surgir de modos impredecibles. 
Para sintetizar la propuesta de Smith, podríamos decir que las posiciones del sujeto frente a las interpelaciones de los discursos ideológicos, están marcadas por: a) la existencia de posiciones previas construidas dentro de las mismas instituciones o prácticas sociales, b) la capacidad parcial del sujeto para entender la ideología y tomar una postura frente a ella, y c) la presencia inadvertida de la historia personal a través de lo inconsciente.  En la medida en que el sujeto adopta una posición imprevista (que puede estar dentro del menú de posiciones prefabricadas) frente a cada interpelación, éstas se van acumulando en su experiencia vital sin guardar coherencia alguna.  Es en la imposibilidad de alinear las posiciones que el sujeto ha tomado a lo largo del tiempo, así como en las contradicciones que hay entre y dentro de las posiciones ofrecidas por la institución o práctica social desde donde se interpela al sujeto, surge el espacio para la resistencia. Para Smith, ésta se plantea como un giro específico en la dialéctica entre individuación e interpelación ideológica (25), como una salida de lo predeterminado o lo predecible, el aprovechamiento de la contradicción en la búsqueda de una alternativa.  No se trata de tomar una posición contra de los discursos dominantes, o de aceptar los que se oponen a esa ideología, sino de encontrar, en lo contradictorio, un lugar para la singularidad.  Partiendo de esta idea, la posibilidad de un aparato ideológico para motivar la resistencia no se encontraría en la transmisión de un discurso de oposición a algo, sino en su capacidad para provocar movimientos en las posiciones de sujeto, de activar la diferencia, la inestabilidad y de evidenciar las contradicciones en las posiciones planteadas por otros discursos.  La resistencia sería más factible en el contacto con aquellos discursos abiertos, que contemplan una amplia gama de posiciones de sujeto, a sabiendas de que pueden solaparse, contradecirse entre ellas, que no buscan adoctrinar sino precisamente desestabilizar, poner al sujeto frente a su propio abismo.
Esta visión de la resistencia cuenta con que el sujeto está dispuesto a la contradicción, que pone en marcha su sentido natural a la negatividad, a la búsqueda y la explotación de la diferencia (45), pero hay que tener en cuenta que a pesar de su articulación heterogénea, discontinua, el sujeto sigue buscando la homogeneidad, que la elabora como una ilusión[1], la cual le permite construirse de manera coherente en el lenguaje y en relación con los otros, imaginar que puede elegir, activar una subjetividad estable, alcanzar una identidad con respecto a sí mismo (73).  Desde esa ilusión es donde el sujeto se enfrenta a la ideología, por ello sus reacciones, afectadas por el inconsciente, resultan sorpresivas para sí mismo.  Al asumir la vigencia del sentido de negatividad,  Smith pareciera olvidar que la ideología misma se ha encargado de apaciguarlo, de cultivar la búsqueda de coherencia y mantener sujetos “suturados”, sujetos a sí mismos, y que en la medida en que la experiencia personal se ve afectada, reprimida por esa idea, la necesidad de sofocar la diferencia puede llegar a formar parte (como trauma, como temor) del inconsciente.  Cómo reactivar el sentido de la negatividad, cómo superar la conformidad y el temor a la contradicción, tendrían que ser puntos a considerar en la conformación de la resistencia.

Matices de un aparato complejo
Desde la perspectiva de Smith, la literatura es una de las prácticas sociales en que la literatura está materialmente activa (26), funciona como aparato ideológico frente al cual el sujeto se sitúa, en general, del modo en que lo he esbozado.  Sin embargo, su mecánica de interpelación es diferente a la de aparatos como la escuela o la familia, las cuales dictan conductas, emiten reglas, exigen conformidad o de otra manera condenan a la exclusión. La literatura interpela a los sujetos de una forma más sutil, similar a la del cine, la televisión o el arte en general, en ella la ideología no se presenta al sujeto de forma prescriptiva, buscando acciones concretas, sino que, tal como lo señala Terry Eagleton, a través de la representación de situaciones ficticias, provee un imaginario (29) que el lector adopta (o rechaza) y que puede desplegar en las situaciones reales, o mantener a modo de opiniones y principios.  Frente a la ficción presentada por una novela o un poema, la toma de una posición parece innecesaria, los mensajes pueden parecen inocuos, las realidades demasiado distantes, incluso podría pensarse que la ideología está ausente.  El discurso ideológico se atomiza no sólo en la distancia entre realidad y ficción, sino también en las discontinuidades de la estructura y en los intersticios de lo estético, en los gestos del lenguaje, las faltas, las repeticiones y en el carácter aparentemente accesorio de las metáforas.  Los mecanismos estéticos del texto literario podrían incrementar el riesgo de que una interpelación precisa falle a causa de la ambigüedad, pero también podrían servir como estrategias para velar una cierta ideología, para hacerla llegar al sujeto “embellecida”, idealizada y facilitar su aceptación.  De manera que los textos no tienen un “efecto estético” separado del “efecto ideológico”, como lo propusiera Macherey (27), sino que lo estético y lo ideológico están enredados dentro de la unidad textual, y también como efectos al momento de la construcción del significado por parte del lector. 
Pero más allá de esta interacción, surge la pregunta por la efectividad de las interpelaciones de la literatura.  ¿Qué texto es más efectivo en crear un sujeto conforme, uno donde la ideología salta a la vista o uno creado a partir del engaño?  Desde la perspectiva de Smith, esta pregunta no tendría respuesta, porque aunque el texto prescriba una cierta posición de sujeto, proyecte un lector preferido capaz de realizar todo su el sentido ideológico, cada persona de carne y hueso, diferente a la otra por su historia personal, su conocimiento, sus experiencias, puede realizar una lectura distinta (34).  De modo que, aunque el texto haya sido gestado pensando en un significado fijo, como podría ser el caso de la literatura clásica, el significado siempre resulta estando abierto a la singularidad del lector. 
De otro lado, hay que tener en cuenta que los textos literarios, aunque cumplan una función ideológica que los articula a lo social, son obra de individuos particulares.  “La literatura” no es una institución ideológica en abstracto, sino el fruto de agentes humanos diversos, que poseen una historia, una motivación, una forma de escritura personal.  Cada texto literario tiene una cierta carga ideológica, pero ésta no se le imprime en un acto completamente intencionado y racional, sino que puede filtrarse en él a través del inconsciente del escritor; el texto mismo puede ser la concreción de una posición de sujeto del escritor frente a una interpelación previa, ser fruto de la sorpresa y la contradicción.  Pero el texto es también una acción creativa donde el pensamiento racional y el inconsciente están en plena actividad, sin un objetivo necesariamente funcional o ideológico.  Esto explica en parte la ambigüedad y discontinuidad de los discursos ideológicos en cierto tipo de literatura – pienso en la autobiografía, la poesía y aquellos textos lúdicos que narran sin rumbo, casi sin temática –,  pero también nos permite entender al texto como un evento que, en su creación y su lectura, relaciona dos sujetos reales y que por lo tanto está marcado por la incertidumbre y la heterogeneidad.
De acuerdo con Julia Kristeva, quien ha explorado a profundidad el texto literario y su significación, es decir, su relación con el sujeto, el texto es una práctica heterogénea que puede entenderse como significancia, la cual se refiere al “ilimitado proceso de generación, la imparable operación de los impulsos hacia, en y a través del lenguaje; hacia, en y a través del sistema de intercambio y sus protagonistas – el sujeto y sus instituciones” (Revolución 30, traducción mía).  Esto significa que el texto literario, especialmente por su materialidad en el lenguaje, por su pertenencia (al menos parcial) al orden simbólico, construye al sujeto, de modo continuo y heterogéneo, al tiempo que lo relaciona con lo social. Kristeva, de forma similar a Smith – ambos tomando elementos de la propuesta lacaniana –, concibe al sujeto como evento provisional y considera su historia como elemento clave del proceso, pero plantea su intervención desde categorías relacionadas específicamente con el lenguaje.
En su libro Revolución en el lenguaje poético, Kristeva explica la significación como un proceso en que participan dos modalidades inseparables: lo simbólico y lo semiótico.  Lo simbólico, relacionado con la norma, con la racionalidad y la funcionalidad del lenguaje, y lo semiótico, como “marca, trazo, índice, signo precursor, prueba, signo grabado, huella” (35, traducción mía) que remite a un momento pre-edípico del sujeto, antes de la separación inicial, antes del establecimiento del signo, de la ruptura entre significante y significado.  Lo semiótico se relaciona con los impulsos arcaicos y se percibe en lo gutural del lenguaje, en los silencios, en lo desarticulado.  Convive con lo simbólico en el texto literario, y se articula con él de formas distintas, dependiendo el tipo de discurso (poesía, narrativa, teoría, etc.).  El lenguaje científico, por ejemplo, reduce al mínimo lo semiótico, mientras el lenguaje poético, al transgredir las reglas gramaticales, explotar el ritmo y la musicalidad del lenguaje, da un espacio privilegiado a lo semiótico.
La literatura entonces, y en especial el lenguaje poético, tienen la capacidad de activar la modalidad semiótica de la significación, que es aquella sobre la cual el sujeto no ejerce control, la responsable de lo imprevisible de su posición frente al texto.  Esto quiere decir, que en la medida en que la literatura privilegie lo semiótico, puede generar mayor heterogeneidad de significado, hacer posible un espectro más amplio de posiciones de sujeto.  Pero, frente a una explosión de lo semiótico en el texto, ¿sería posible aún el acceso a la ideología? 
Kristeva afirma que la única forma de remodelar lo simbólico (lo social, la convención) es por intervención de lo semiótico, pero enfatiza en que es una irrupción relativa, pues al final ambos elementos se conservan, es decir, la significación del texto continúa existiendo, es más, el despliegue de lo semiótico ocurre dentro de ella (50).  Así que, a pesar de las irrupciones de lo semiótico, la ideología seguiría estando presente en el texto, pulverizada, mezclada en la musicalidad de las palabras, en el sinsentido de las frases o en otros gestos formales, de manera que cuando leemos, cuando oímos, cuando lo semiótico se activa, no se queda como tal, sino que nos remite de algún modo a la ideología.  De acuerdo con este razonamiento, la presencia de lo semiótico en el texto literario seguiría permitiendo una significación completa, es decir, la constitución del sujeto en lo ideológico a la vez que motivaría la adopción de posiciones móviles e inestables, abriendo así el espacio para la resistencia.

Catalizadores de la contradicción
Desde la perspectiva de Kristeva, la heterogeneidad de significación alcanzada por la incursión de lo semiótico, pareciera exclusiva del lenguaje poético.  Ella hace énfasis en los efectos musicales de la poesía, el silencio, la presencia de voces guturales, y también en el sinsentido alcanzado por la ruptura en la sintaxis, a través de las cuales se destruyen las creencias y significaciones aceptadas (Deseo 102).  Esto no significa que lo semiótico sólo esté presente en aquella poesía que renuncia por completo al sentido convencional de las palabras, que nos entrega sólo ritmos y sonidos.  También puede manifestarse a través de gestos sutiles, que no destruyen, sino que se valen del sentido convencional de las palabras para producir un desequilibrio semántico o la activación de recuerdos pre-simbólicos. 
La poesía de Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941) ofrece numerosos ejemplos de modos sutiles de activación de lo semiótico. Sus poemas usan un lenguaje controlado, no hay rima, ni una cadencia rítmica, y los juegos visuales o los silencios explícitos son escasos (los utilizó en sus primeros poemarios).  Lo semiótico viene en las palabras, las metáforas, el lugar desde donde se ve la realidad, que ya no es sólo la de la cultura, sino que está dominada por lo orgánico, lo instintivo y sensorial.  El poema “Babel, la noche” (Babel Bárbara, 1991) evidencia este cambio de perspectiva:

Confía en que el sueño
sea un himen membranoso
y en el regreso al pasado
de la noche abisal
las palabras rompan la cripta
atraviesen la membrana
y la penetren
ósmosis de la cual
Babel despertará
como la otra de sí misma (552)

En este poema, Peri Rossi alude directamente a la constitución del sujeto en el lenguaje, las palabras penetran a Babel y al hacerlo, la desprenden de su yo completo, la establecen como la otra de sí misma.  Y para regresar a ese momento de ruptura, a ese pasado pre-simbólico, el sueño – que es momento, situación abstracta – debe convertirse en himen membranoso, paso hacia el lugar del origen, hacia la madre, y las palabras deben penetrar, atravesar la membrana.  Las palabras no remiten a ideas sino a sensaciones, a realidades concretas asociadas con nuestra naturaleza corporal y no cultural.  Sueño/himen, palabras/penetrar.  Estas asociaciones rompen las convenciones, nos exigen transformar nuestro imaginario poético, y en esa medida desestabilizan nuestra relación con lenguaje, pero también con el cuerpo y la sexualidad.
En este mismo poemario Peri Rossi consigue una explosión de lo semiótico, mediante un juego con la capacidad definitoria del lenguaje, evidenciando cómo la significación siempre es múltiple, aunque estemos limitados por los significados convencionales, por el abecedario y el diccionario.  Cada verso del poema “Abecedario” nos entrega un par de adjetivos que van definiendo a Babel.  Los adjetivos de cada verso comienzan con una letra del abecedario, en orden, la A, la B, la C:
            Arisca y un poco abstracta,
            Babélica y a veces bostezante,
            Carnal y cortesana,
            Densa y dominadora,
            Emancipada y escenográfica,
            Feroz y fosca,
            Gutural y gramática,
            Húmeda y honda (561)

y así sucesivamente hasta la letra V.  En cada verso, Babel se va haciendo más compleja, pero también contradictoria, algunos significados se oponen entre ellos, algunos de ellos se escapan a nuestro conocimiento, de manera que la construcción de un significado único y completo se hace imposible.  Aquí el orden del abecedario, la rigidez del diccionario, se siguen sólo para mostrar que pueden romperse, que sus restricciones no llevan a ninguna unidad, sino a lo múltiple.  Cada lector construirá un significado diferente dependiendo de su relación con los significados de cada término (lo simbólico) y sus combinaciones en el verso, y también del efecto que produzca sobre su sensibilidad (lo semiótico) el sonido de las palabras, la repetición de las letras y la musicalidad de los versos.  “Emancipada y escenográfica/Feroz y fosca”.  En el primer verso, cada término alude a imaginarios diferentes, hay que hacer un esfuerzo por reunirlos, y ya en ese sentido se produce inestabilidad; pero además la longitud de las palabras crean un ritmo lento, que se rompe en el siguiente verso.  Palabras cortas y sonidos fuertes que coinciden con el sentido de lo salvaje.  Y así avanza el poema, con diferentes giros, convirtiéndose en un tránsito accidentado que no puede realizarse desde las convenciones.  En los dos siguientes poemas, “Y sigue…” y “Babel bárbara”, se plantean nuevos juegos de definiciones con términos diferentes, que llevan al límite la dinámica que he expuesto, produciendo el total desequilibrio en la significación.
            Los ejemplos que he presentado muestran cómo la activación de lo semiótico en la poesía puede lograrse a través de múltiples gestos del lenguaje.  Y aunque quizás sea éste el género que más haya explorado las rupturas de la función simbólica del lenguaje, también es posible encontrarlas en la prosa, y no sólo en aquella asociada con los movimientos de vanguardia, sino en una amplia gama de novelas, ensayos y cuentos contemporáneos.  La literatura neobarroca latinoamericana es un ejemplo claro de explosión semiótica, por su oposición al uso funcional del lenguaje, el desperdicio, la ambigüedad, y la elaboración de redes de metáforas que obligan al lector a renunciar a la racionalidad y encontrar otros modos de construcción del sentido.  Allí podríamos mencionar la obra novelística de Alejo Carpentier, Severo Sarduy o Reinaldo Arenas, y más recientemente algunas de las novelas de Cristina Peri Rossi: Solitario de amor, y Diamela Eltit: Los vigilantes, que utilizan la repetición, el ritmo y la indeterminación, en el caso de Eltit, o el excesivo detalle, para la creación de discursos delirantes que aislan el lenguaje en el individuo y lo muestran desprendido del orden simbólico.  Al contacto con el texto, el lector entra en una experiencia de pérdida similar, que le impide la construcción de una posición estable frente al texto.
Otra forma de activación de lo semiótico es aquella practicada en los textos lúdicos y humorísticos que no buscan la construcción de narrativas coherentes, sino el surgimiento de significados sorpresivos o disparatados.  En ellos encontramos exploraciones libres del lenguaje, inversiones en el sentido denotativo de las palabras, unión de términos o frases sin relación aparente, y representación de situaciones que aunque guardan coherencia en el lenguaje, no tienen sentido en la vida real, entre otras estrategias.  La obra humorística de Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, 1936 – 1972), es un interesante ejemplo de este tipo de narrativa.  En ella, la autora hace un viaje hacia el absurdo a partir de situaciones indeterminadas, que nos impiden ubicarnos en algún imaginario para construir el significado.  Los títulos no ilustran el contenido del texto, la forma de las palabras muta en una lógica que no se revela al lector, o como parte de juegos fonéticos que juegan con la significación convencional de las palabras.  Así sucede en textos breves como “En Alabama de Heraclítoris” que forma parte de La bucanera de Pernambuco o Hilda la polígrafa, una recopilación de narraciones breves y otras formas que avanza por diferentes terrenos, sin una unidad clara.  ¿Heráclito/clítoris? ¿Hay alguna relación oculta que el lector deba descifrar tras el título?  El texto alude a los griegos, a la filosofía, a la teoría, a Borges, pero  vagamente, como ejes momentáneos de la imaginación, que pareciera estar hastiada de lo memorizado, de lo racionalmente procesado, de las jerarquías vigentes para los intelectuales.  Frente a ese panorama, el clítoris que transforma a Heráclito se plantea como evidencia del giro semántico, que se realiza hacia ninguna parte, en la dirección que el libre flujo del lenguaje y de los referentes culturales de la autora lo decidan.  “Nicomaquino, no comas con la boca abierta, ¿qué va a decir Emmanuel Kant? –dijo Tote con el corazón destrozado. Con los tristes restos de lo que fue un corazón, se sentó junto a Chú” (120).  Una imagen momentánea surge en nuestra imaginación, una madre advirtiéndole al hijo que no rompa las reglas morales de Kant; la madre, decepcionada, se sienta junto a otro.  Una vez termina la frase, el texto pasa a otra cosa y el significado que hemos logrado construir, pierde importancia. La significación del texto se plantea entonces como un proceso caleidoscópico, realizado a partir de imágenes instantáneas que nos impiden tomar una posición única frente al texto.  La continuada ruptura de la sintaxis: “A la mierda –corroborobó”, “Espichó, espiroqueteó”, te jodió ad jod”, resquebraja el sentido de las imágenes que vamos construyendo, incrementando así la contradicción en la construcción del significado.  Heráclito y Kant, la escolástica, Borges, siguen presentes en la historia, pero su papel se ha distorsionado completamente, están en cuestionamiento, dislocados de la esfera intelectual de su discurso.  Dónde ubicarlos, es una decisión que debe tomar el lector.  Este es el tipo de juego ideológico que propone Pizarnik en sus textos humorísticos: ubica lo serio en lo cómico, lo claro en lo ambiguo, lo reglamentado en lo subversivo, y trastorna el orden del lenguaje, haciendo evidente para el lector que la comprensión total es una utopía, que cualquier posición es válida y que es posible pensar cada vez una nueva, tomar las riendas del significado, resistirse a la fijeza que nos reprime. 
Con estos ejemplos he querido mostrar sólo algunos modos de presencia de lo semiótico en la literatura, e ilustrar con ellos la forma en que la dislocación del equilibrio entre lo simbólico y lo semiótico conduce a la producción de significados heterogéneos del texto, es decir, a la adopción de posiciones de sujeto diversas frente a éste como aparato ideológico.  Más allá de los mecanismos en que me he detenido se encuentran otros relacionados con la represión y lo prohibido, con lo abyecto, en términos de Kristeva, que designa a todo aquello que rechazamos instintivamente, que produce incomodidad y perturba el orden del sistema.  Lo abyecto reta nuestro sentido de la ley, es lo perverso, lo corrupto, lo mórbido.  En la literatura contemporánea lo abyecto se manifiesta de múltiples formas.  Crímenes, perversiones sexuales, conductas crueles, represiones que se gozan, crueldades que se embellecen, etc.  El obsceno pájaro de la noche de José Donoso y  La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik son algunos textos que valdría la pena estudiar desde este punto de vista.  Aquí, sólo los abordo a manera de ejemplos.
En El obsceno pájaro de la noche, lo abyecto se manifiesta en representaciones perturbadoras del cuerpo y la sexualidad.  La novela se aproxima a la vejez, a la masculinidad y a la deformidad corporal a partir de imágenes obscenas, que llegan a producir una sensación de rechazo físico.  Ejemplo de ello podría ser el cuadro, desarrollado a lo largo de varias páginas, de una mujer joven que ha perdido su hijo (imaginario) y juega con una anciana como si fuera su hijo; la lleva en brazos, alimenta su boca desdentada, le cambia el pañal, limpiando y dejando a la vista su sexo arrugado y seco.  Las situaciones que representa también nos producen temor y rechazo. El texto nos hace testigos de la construcción de un mundo artificial de personas monstruosas creado sólo para ocultar a un joven su propia monstruosidad, nos muestra el abuso sexual de una joven retardada por un personaje disfrazado de gigante o el deseo incontenible de un hombre normal por una mujer monstruosa.  La posición del lector frente al texto varía de la curiosidad a la aversión total, lo abyecto se manifiesta atrayendo y produciendo rechazo a la vez.  Nuestras posturas previas frente a la identidad y los roles de género, la belleza, el abuso del cuerpo, la verdad y la mentira, y en general el binario bueno/malo, se ponen en tela de juicio.  El texto pulveriza varios de nuestros imaginarios y nos obliga a re-construirnos como sujetos, a juntar las piezas, fuera del texto.
En contraste, La condesa sangrienta, narra la perversión sexual y la tortura de forma explícita pero sin ahondar en la sensación de rechazo que produce lo abyecto, como lo hiciera El obsceno pájaro de la noche.  Aquí, en cambio, hay un sutil embellecimiento del dolor y la muerte, logrado a través de la construcción de imágenes de carácter casi visual, que juegan con el color, las texturas, la ubicación de los objetos y los personajes, transformando situaciones inaceptables en cuadros capaces de proveer placer estético.  Este libro nos cuenta la historia de un personaje real, La condesa de Bathory, quien obtiene placer sexual de la tortura y asesinato de jovencitas, hasta que es descubierta y condenada a la reclusión en la misma casa donde ha cometido todos sus crímenes.  Cada breve capítulo cuenta una forma de tortura, a modo documental, desde la perspectiva de un narrador voyeur que desea poner al lector en su misma postura.  En ciertos puntos del texto, se percibe cierta decepción del narrador por la falta de creatividad de la condesa para matar a sus víctimas:
la condesa adhería a un estilo de torturar monótonamente clásico que se podría resumir así: […]  Una vez maniatadas [las jovencitas], las sirvientas las flagelaban hasta que la piel del cuerpo se desgarraba y las muchachas se transformaban en llagas tumefactas; se les aplicaban los atizadores enrojecidos al fuego; les cortaban los dedos con tijeras o cizallas; les punzaban las llagas. (285)

El narrador se aburre o se exalta sutilmente según la extravagancia del procedimiento.  Aquí las llagas tumefactas son un detalle a destacar porque el daño sobre el cuerpo es tan absoluto, que permite a ese término ser metáfora del cuerpo entero.  El resto de procedimientos son tan ordinarios que apenas merecen enumerase.  A lo largo del texto el dolor se transforma en sinónimo de belleza, lo abyecto se hace más atractivo y amenaza con absorber al lector, pero como lo vimos antes, a través del lenguaje mismo, de las estructuras, del orden del texto, del tono documental, siempre queda un rezago de lo simbólico que mantiene vigente la tensión entre el sujeto y la ideología del texto.  Mediante la estetización de lo abyecto, este texto ubica al lector en la contradicción entre instinto y orden social, cuestiona sus preceptos de belleza, de placer y de poder, y las limitaciones que el mismo sistema ha impuesto.
En este ensayo he querido demostrar que la literatura cuenta con múltiples recursos para activar lo semiótico, para disparar, en los sujetos que se enfrentan a ella como aparato ideológico, esa pieza del proceso de significación que no responde a reglas ni restricciones y que por lo tanto puede motivar la heterogeneidad en las posiciones de sujeto y la contradicción que se requiere para producir una resistencia frente a las reglas del orden social.  Paul Smith asume que el inconsciente de los sujetos está siempre activo para producir posiciones de sujeto inesperadas con respecto al texto; quizás esa sea nuestra actitud natural, pero creo que el afán homogenizador del sistema social ha reprimido de tal forma esa faceta, que ella misma se ha transformado en un modo de aceptación automática.  En esa medida, la literatura juega un papel importante en la transformación de los sujetos y por lo tanto del orden social; para esto no se requieren de textos doctrinarios que impugnen las ideologías dominantes, sino todo lo contrario, una literatura que no quiera decir la última palabra, sino que ofrezca múltiples alternativas al lector, que lo ponga en encrucijadas que pongan en juego sus principios morales, sus deseos, sus perversiones, sus traumas y que en esa medida lo obliguen a titubear, a buscar una salida propia, a resistir.


Trabajos citados


Kristeva, Julia.  “Revolution in poetic language” (Revolución en el lenguaje poético).  The portable Kristeva.  Kelly Oliver ed. New York: Columbia University, 2002. p 23-91

-----.  “Desire in language” (Deseo en el lenguaje).  The portable Kristeva.  Kelly Oliver ed. New York: Columbia University, 2002. p 94-115

-----.  “Powers of horror” (Los poderes del horror).  The portable Kristeva.  Kelly Oliver ed. New York: Columbia University, 2002. p 230-263.

Peri Rossi, Cristina.  Poesía reunida.  Barcelona: Lumen, 2005.

Pizarnik, Alejandra.  Prosa completa.  Barcelona: Lumen, 2003.

Smith, Paul.  Discerning the subject.  Minneapolis: University of Minnesota Press, 1988.



[1]Esta fantasía de coherencia, de unidad es identificada por Lacan como Proceso de sutura, una seudo-identificación que se da como conjunción entre lo imaginario y lo simbólico, en busca de un yo coherente en el discurso.  El sujeto sutura las rupturas que se dan entre él y el otro a través de una función imaginaria que le provee un sentido de plenitud y le permite esquivar el momento de separación, de falta a que se enfrenta en la salida de lo imaginario a lo simbólico.  De esta manera, el sujeto se sujeta a sí mismo.  Smith lo pone en los siguientes términos: “Suture is the mechanism by which the subject is closed off from the unconscious, or the unconscious is closed off from the subject, in the effort to produce a coherent representation for the I which may engage in the production of meaning (73).

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