Entrega 3
Cuerpos, espacios y poder en Eltit, Pizarnik y Di Giorgio
De “El infarto del alma” por Paz Errázuriz |
En
su libro Vigilar y castigar, Michel
Foucault explica cómo a partir del siglo XVIII el poder soberano, en el cual
una autoridad específica rige sobre otros, es superado progresivamente por el
poder disciplinario (Heyes 57). Este
tipo de poder no es atribuible a un individuo en particular, y ejerce un
control directo y preciso sobre el cuerpo de cada individuo, ejerciendo sobre
él una coerción débil, controlando sus “movimientos, gestos, actitudes,
rapidez” (Foucault 141). El poder
disciplinario implica una coerción constante, una vigilancia que cuida los
procesos de actividad del individuo.
A los métodos “que permiten
el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción
constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad, es a
lo que se puede llamar la disciplina”.
Al enfocarse en la eficacia de los cuerpos, en cómo hacen las cosas, la
disciplina, por una parte fortalece el cuerpo (lo ejercita y lo hace útil) y
por otra parte lo debilita (en términos políticos, pues lo hace
obediente). Así, en esta dinámica que habilita y domina
a la vez, se produce lo que Foucault llama “cuerpos dóciles”.
Por
otra parte, es necesario tener en cuenta que el poder disciplinario requiere de
ciertas distribuciones espaciales; necesita aislar al individuo y darle un
emplazamiento sobre el cual pueda vigilarlo. Este poder necesita “evitar las implantaciones colectivas;
analizar las pluralidades confusas, masivas o huidizas” (147) como táctica para
evitar la deserción, el vagabundeo, la aglomeración, y con ellos cualquier
potencia de resistencia.
Los vigilantes ejemplifica perfectamente
la dinámica del poder disciplinario.
Desde el principio de la novela, la mujer se reconoce como objeto de
permanente vigilancia, no por parte de la policía u otra fuerza represora, sino
por parte de los vecinos, como grupo diseminado que va acordando tácitamente lo
que es correcto y lo que no lo es.
El poder no viene de una autoridad definida, sino desde dentro de la
comunidad, es un poder interno y pulverizado. La docilidad del cuerpo de la mujer se manifiesta de varias
maneras: 1. A través de su
permanencia voluntaria en la casa.
En la casa la mujer puede ser vigilada, y mantenerse aislada de las
energías peligrosas de los desamparados, su sometimiento está garantizado; pero
al mismo tiempo la mujer percibe la casa como defensa del exterior, de las
amenazas del desorden, de la mirada directa de los vecinos y de la inclemencia
del clima; allí se confina con su hijo al que han expulsado de la escuela
(espacio de disciplinamiento), planteándola como un espacio donde ella toma las
decisiones. En esta tensión entre
la prisión y el refugio, la figura de la casa evidencia la dinámica
contradictoria de la disciplina. 2.
A través del ejercicio de la escritura.
La mujer escribe, pero lo que podría ser un ejercicio de libertad se
encuentra vigilado, sometido a un cierto tipo de lenguaje y privado del juego o
del gozo. En las cartas la mujer
expresa sus inconformidades, pero al mismo tiempo se hace objeto de vigilancia
y control por parte del receptor invisible de las mismas.
A
medida que avanza la novela, la vigilancia, y también las reglas de los
vecinos, se van tornando más rígidas. A causa de sus conductas sexuales
inaceptables, de la ayuda que ofrece a los desamparados, y de su
improductividad – no es capaz de conseguir alimentos, la mujer y el hijo
terminan siendo calificados como interdictos: “La vigilancia ya nos ha
paralizado. No puedo salir hacia las calles en busca de alimentos, existe un
impedimento expreso que nos prohíbe abandonar la casa pues ya pasamos a formar
parte de los ciudadanos interdictos” (122). Aquí, el confinamiento se revela como forma de penalización
de un cierto tipo de conducta individual que es peligrosa en tanto rompe la
regularidad: “the irregular, the unsettled, the dangerous, and the dishonorable
are the object of confinement; whereas penality punishes the infraction, it
penalizes disorder” (Foucault Punitive Society 31). Los lemas de los vecinos entre los cuales se encuentran “el
orden contra la indisciplina”, “la lealtad frente a la traición”. “el trabajo
frente a la pereza”, confirman las perturbaciones del orden causadas por la
mujer. El confinamiento mantiene a
la mujer separada de los desamparados, sin embargo, al forzarla al hambre y al
frío, la van convirtiendo en una de ellos. Las estructuras de la casa van
desapareciendo y finalmente la mujer es una desamparada. Esta condición implica su
debilitamiento físico, a un punto que la supervivencia en la marginalidad (la
desobediencia) parece imposible; sin embargo, le retorna la posibilidad de
agrupación y de movilidad, de la cual surge la posibilidad de resistencia.
El
poder disciplinario también se percibe en Rosa
mística, aunque aquí es frustrado por la total desobediencia de la
muchacha. Aquí, como en Los Vigilantes, la vigilancia también
proviene de los vecinos, y de los hombres que tienen relaciones con ella. La presencia de las vecinas no es
permanente, como en la otra novela; sin embargo en un momento nos enteramos de
que la han estado vigilando y que saben de sus transgresiones: “-La vi
embarazada. Más de una vez. Tiene la cara rara, de todos
colores. Y parece que en el
vientre nada le prospera. Se
ayunta con animales” (338), informa una vecina a las otras. Aquí, la transgresión se castiga a
través de las burlas y del señalamiento, pues el cuerpo no se expone a ninguna
otra posibilidad de control. En
otra ocasión, un hombre la observa abortar en el río y la amenaza con el
castigo: “Copulas mucho. Más de a
cuenta. Caerás. No hay dudas. Perdiste la cantidad. Y eso no se admite. Se sabe todo” (329). El texto elide cualquier reacción
de la muchacha ante las palabras del hombre, lo cual sugiere su total
desarticulación a las regulaciones.
No se trata de que la joven desconozca los estándares del comportamiento
sexual de una mujer, sino que elige la total desobediencia. Más adelante reencuentra al hombre y se
une a él, sin poder desprenderse.
Su encuentro es tan intenso que el hombre termina muriendo. El vigilante cede al poder del cuerpo
de la joven y se ve aniquilado por él.
Así, la joven no sólo evade la vigilancia, sino que atenta contra el
poder con su propio cuerpo. En Rosa mística es difícil establecer cuál
es el castigo que recibe la muchacha por atentar contra la regularidad. Una opción que vale la pena analizar es
la monstruosidad y la diferencia física como impedimentos para incorporarse al
resto del pueblo. Después de
tantas cópulas el cuerpo de la muchacha está en un estado terrible, lleno de
valvas y de otros organismos, y su cara es una máscara extraña; para la
muchacha, signos visibles de su proximidad a la divinidad y para las otras
personas objeto de rechazo. Desde
esta perspectiva, ¿qué significado tendría la divinidad? ¿Sería el rótulo dado a
una marginación llevada al extremo – como la unión entre madre e hijo al final
de Los vigilantes? O ¿Podría interpretarse
como la sublimación de una sexualidad imposible?
En
contraste con las otras novelas, La
condesa Sangrienta plantea un esquema de poder absoluto, en el cual, no son
posibles las relaciones de poder, sino que existe una dominación total. En este texto la vigilancia se
sustituye por la contemplación impasible, y no existe la expectativa de acción
propia del poder disciplinario, sino la de pleno sometimiento. El espacio, por otra parte, juega un
papel vital sobre el control de los cuerpos; la finalidad ya no es contenerlos
y separarlos, sino disponerlos como objetos dentro de los espacios teatrales (la
sala de torturas, la habitación, el camino nevado) donde se llevan a cabo las
torturas. Para la condesa, el
castillo protege del exterior y traza los límites del orden de dominación por
ella establecido. La
vigilancia desde el exterior solo llega al castillo al final del texto, cuando
se le condena al confinamiento por los crímenes cometidos; la condesa muere
recluida en una celda que se ha construido en torno suyo, con el cuerpo
intacto, sin sufrir la violencia que sufrieron sus víctimas. La diferencia entre el destino de la
condesa y las demás mujeres (incluyendo las sirvientas que mueren en la
hoguera) tiene que ver, según el texto, con el rango social de la condesa. Pero desde otro punto de vista, morir lentamente,
aislada y privada de la belleza (de
la perfección de los rituales que practicaba, de la sangre, de la palidez de
los cuerpos de las jóvenes, de su imagen en el espejo, de la blancura de la
nieve…), de todo lo que podía sacarla de la quietud afectiva, podía resultar
para la condesa una peor tortura que la muerte dramática. Según Pizarnik, la
condesa muere en silencio en “una fascinación por un vestido blanco que se
vuelve rojo, por la idea de un absoluto desgarramiento, por la evocación de un
silencio constelado de gritos donde todo es la imagen de una belleza
inaceptable” (296). Ese es el
sufrimiento de la condesa, pero es sobre todo el de la narradora, quien a lo
largo de la narración ha reescrito y reconstruido (a partir de un texto de
Penrose) ese cuerpo perverso, y la belleza teatral, purísima que lo rodea. Es ella la que se ve frustrada con el
final de la mujer, es ella, tanto como la Condesa de Bathory que ella inventa
para nosotros, la que ama una belleza inaceptable (la de la ficción que
construye) y muere lentamente. Creo
que este gesto revela el interés estético de Pizarnik en la figura de la sádica
condesa de Bathory más allá de su existencia real, y también llama la atención
hacia el valor estético del texto y hacia los espacios que ofrece la literatura
(la escritura, la lectura) como sitios para el disfrute.
No hay comentarios:
Publicar un comentario